Alerta de los ciudadanos

Sin entrar en el análisis global del resultado de las elecciones, por ausencia al momento de escribir de los suficientes datos, cabe en cuanto a lo conocido y supuesto por ocurrir, señalar que el correísmo no ha sufrido en las urnas la sanción que el pueblo debió otorgarle.

¿Por qué se dio ese comportamiento? ¿Será que la corrupción se convirtió en parte del estado natural de las cosas atinentes a la actividad política y por tanto, el vincular a los candidatos con ella no les resta simpatías?

Pienso que todavía no hemos llegado a ese nivel de degradación cívica pero, estamos próximos. Valga señalar que la ausencia de debates fue uno de los déficits de la campaña que acaba de culminar y la falta de decisión para evidenciar el desastre causado por el régimen anterior permitió que sus representantes obtengan respaldo popular, participando en listas con el número prestado a un dirigente político aún guardando prisión, acusado de actos de corrupción.

Queda claro, por otra parte, que contar con un buen financiamiento sigue siendo una clave del resultado electoral.

Sin duda, otro factor sustantivo fue el juicio que sobre la obra cumplida se forjó el imaginario popular. Ello permitió ratificar respaldo, tal como ha ocurrido en la provincia del Guayas, o evidenciar descontento, como en Pichincha.

Finalmente, es evidente que el pueblo ecuatoriano no se conmueve y representa a base de ideologías partidistas, que casi no cuentan en la actividad proselitista. Son las personas, por su carisma, su buen decir, su capacidad de conectarse con las aspiraciones populares, incluyendo aquello de que “el pueblo tiene derecho aunque sea a que lo engañen”, el gran movilizador de los afectos que potencialmente pueden convertirse en voto a favor.

En todo caso, en un análisis somero de principio: así estamos y es saludable poder advertirlo un buen tiempo antes de las elecciones del 2021 para realizar los correctivos necesarios y proceder en consecuencia.

Es positivo contar con nuevos liderazgos sanos y vale advertirlo para no caer en una depresión cívica y quedarnos, indiferentes, cruzados de brazos.