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Las aguas negras ponen en jaque a La Atarazana

Los malos olores del ‘río’ que brota de una alcantarilla afectan a los vecinos. Además de afear el ambiente, los enferman.

Hace 8 días. Los vecinos pagaron por limpiar las alcantarillas, ayer el agua -con moho- se desbordaba otra vez.

No es la primera vez que pasa. En los últimos dos años quienes habitan en los alrededores del colegio fiscal Dr. Francisco Campos Coello, en la ciudadela La Atarazana, no pueden ni comer a causa de los olores -los repugnantes olores- que emanan las aguas negras que provienen de los baños de la entidad. Y fluyen por las veredas de la zona.

Eduardo Ley Balladares, quien habita en una de las viviendas de la manzana D2, a escasos 12 metros del colegio, percibe la fetidez, hace dos años. “Si usted camina cerca del lugar, por donde a diario pasan decenas de familias y niños, verá como el agua atraviesa incluso las paredes del colegio”. Son cerca de 50 familias, las que -directamente- viven contaminadas.

La presión es tal, agrega Esteban Moeller, también residente, que las tapas de cemento que tienen como tapón los ductos resultan inservibles. Los niveles de agua verde marrón, algunas veces llenos de basura y otras de heces fecales, se salen por las rendijas y llegan hasta las viviendas. Y el hedor espanta a los vecinos, vendedores y transeúntes, que al tratar de llegar al Hospital de la Mujer Alfredo G. Paulson o al de niños Dr. Roberto Gilbert deben caminar obligadamente por la zona.

Hernán Samaniego, quien vive en la manzana D3 desde hace 20 años, dice que es peor en días soleados. “Allí si te llega una visita, debes mantener las ventanas cerradas y hacerte el tonto llenando la casa de incienso y perfume para que no perciba el hedor...”.

El problema, según los vecinos, ya es de conocimiento de Interagua y la Empresa Municipal de Agua Potable y Alcantarillado de Guayaquil (Emapag), que en varias ocasiones han enviado personal para que limpie el área, pero el incidente se vuelve a presentar al poco tiempo.

Moeller asegura que también han sido varias las ocasiones que los residentes han intentado hablar con las autoridades del plantel, “pero como las cambian cada año, nunca logran culminar lo que prometen: chequear los ductos, confirmar si las tuberías están viejas y reconstruirlas de ser el caso”. Es el cuento de siempre, dicen. “Estamos cansados”.

En enero de este año, durante la época invernal, Josué Hermenegildo y Cándida Cáceres fueron diagnostigados con salmonelosis; un mes más tarde, Martha Arias y Néstor Fernández, de 64 y 56 años, en cambio, tuvieron dengue. Todos viven diagonal a la escuela y consideran haber adquirido ambas enfermedades por el criadero de moscas y mosquitos que allí se forma.

“Recuerdo que cuando las brigadas de Salud vinieron a erradicar los criaderos de moscos en nuestros hogares, le solicité al personal que limpie primero ese lugar. Hay que comenzar desde casa, les dije. Nunca me hicieron caso aludiendo que la gestión no estaba en sus manos”. Que por ser una institución fiscal “en la que posiblemente se deba cambiar el ducto cajón o se deban hacer arreglos en la red de alcantarillado”, el ‘tema’ debía ser resuelto por el Ministerio de Educación, argumenta Ley.

A criterio de la rectora del colegio Campos Coello, Kerly Coloma, quien lleva poco más de un año en el cargo, el sábado -a través de una minga de limpieza- “recién” fue testigo de lo que ocurría en los exteriores de la institución (al interior todo está limpio). “No tenía conocimiento de nada”, dijo. Para confirmar qué está pasando, ayer por la mañana envió un oficio a las autoridades de educación para que actúen o le pongan fin al problema “lo más pronto posible”, determinó.