Periodistas. Así permanecieron los secuestrados: sentados en el suelo y rodeados por una muchedumbre.

El Agora, tumba del dialogo y epicentro de la sinrazon

Desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde, 27 periodistas permanecieron retenidos contra su voluntad.

La dirigencia indígena no se hace cargo de sus atrocidades. Luego de tenerlo secuestrado durante varias horas en el Ágora de la Casa de la Cultura (junto con una veintena más de periodistas y ocho policías), luego de humillarlo públicamente, luego de hostigarlo a través de los micrófonos y acusarlo de representar a la prensa mentirosa y vendida en medio de una muchedumbre enardecida de 3 mil o más personas, la Conaie emitió un comunicado eludiendo responsabilidades en la agresión de la que fue víctima el periodista Freddy Paredes, de Teleamazonas. Le cayeron a pedradas y le rompieron la cabeza y la clavícula. El episodio fue el clímax de una jornada en la que cualquier posibilidad de diálogo para superar la crisis política quedó enterrada, por parte del movimiento indígena, bajo una tonelada de violencia, intemperancia y fanatismo.

Todo empezó la víspera, en los enfrentamientos que tuvieron lugar en la avenida 12 de Octubre, en el sector de las universidades donde pernoctan los participantes de la marcha indígena. Se había abierto una ventana al diálogo, las marchas hacia el centro de la ciudad habían sido pacíficas y la Conaie había dejado clara su voluntad de distanciarse de cualquier intento de golpe de Estado. Sin embargo, el día terminó con violencia. Con grandes cantidades de gas lacrimógeno (respondidas con grandes cantidades de piedras), los manifestantes fueron expulsados del casco colonial y empujados hacia sus refugios. Ahí fue donde la policía cometió el exceso (que mereció las disculpas públicas de la ministra María Paula Romo) de atacar con gases lacrimógenos los centros de acogida, donde se encontraban centenares de mujeres y niños indígenas. Además, en la arremetida policial, el dirigente Inocencio Tacumbi murió en circunstancias no aclaradas. La Conaie dice que los muertos fueron tres (luego bajó esta cifra a dos) y que a Tacumbi los caballos de la policía le pasaron por encima.

El hecho es que los indígenas amanecieron indignados. Convocaron a los medios a una rueda de prensa en el teatro Ágora de la Casa de la Cultura, donde estaban por celebrar una Asamblea de los Pueblos, y, una vez ahí, les impidieron la salida. Los mantuvieron sentados en un corral estrecho, cercados por una muchedumbre enardecida y con la presión de transmitir en vivo la llegada de los cuerpos de los fallecidos de la víspera, que la dirigencia esperaba intercambiar por ocho policías que se encontraban retenidos también desde la noche anterior.

Todo lo que ocurrió en el Ágora fue excesivo y de una poderosa violencia simbólica. Ahí se murió cualquier posibilidad de diálogo, no solo porque el presidente de la Conaie, Jaime Vargas, lo rechazara explícitamente, sino porque el espectáculo que se montó sobre el escenario de ese teatro fue, en sí mismo, una negación de la razón y del entendimiento mutuo. El dirigente Leonidas Iza fue el maestro de ceremonias de este teatro del absurdo.

Hubo noticias falsas proclamadas como verdades absolutas: que los jóvenes que murieron en el puente de San Roque fueron “arrojados al vacío” por la policía, aunque los videos muestran lo contrario; que la sede del Fondo Monetario Internacional en Washington había sido tomada por los ecuatorianos residentes en Estados Unidos... Un absurdo tras otro. Hubo propuestas descabelladas: que los representantes del gobierno y de las cámaras de la producción tenían que ir a dialogar allá, al Ágora, junto al pueblo, si es que diálogo querían. Precisamente allá donde 3 mil o más indígenas mantenían secuestrados a periodistas y policías. Hubo eufemismos para disfrazar la realidad, eufemismos que los medios militantes (Wambra Radio a la cabeza, que transmitió en directo todo lo ocurrido) se complacían en repetir sin el menor análisis: que los policías y periodistas no estaban secuestrados, sino “a buen recaudo”; que estaban “retenidos” pero “voluntariamente”.

Y hubo, finalmente, el siniestro espectáculo en el que obligaron a participar a sus secuestrados. Uno por uno, primero los policías y después los periodistas, fueron presionados para declarar, micrófono en mano, que no estaban secuestrados. La mayoría eludió la realidad declarando que habían ido allá por su propia voluntad, lo cual era cierto. Los periodistas militantes proclamaron entre arengas y discursos que era verdad, que no estaban secuestrados. Solamente Freddy Paredes, de Teleamazonas, se paró firme en la verdad: vine aquí por mi voluntad, dijo, pero ahora me quiero ir. ¿Puedo? Nooo, respondió la multitud. Y no pudo. Leonidas Iza lo acusó de mentiroso. Un periodista militante lo llamó vendido. Horas más tarde, cuando por fin pudo salir, fue agredido.

Hay poco por decir tras el espectáculo del Ágora. Solo queda una pregunta: ¿es posible el entendimiento en esta crisis cuando uno de sus actores principales se complace de manera tan abierta en la irracionalidad?