El largo adios de Angela Merkel

Con el anuncio de Angela Merkel de que renunciará como líder de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y que no buscará reelección como canciller cuando termine su actual mandato en 2021, Alemania se acerca a un momento crucial. Desde 1949 el país ha tenido solo ocho cancilleres. Un cambio en la cima en Alemania por lo general va acompañado por un cambio político y social mayor. Pero la decisión de Merkel no fue inesperada. Tras haberla elegido por cuarta vez en 2017, era poco probable que los votantes alemanes le dieran un quinto mandato. La transformación en curso de la posición doméstica y de política exterior de Alemania es más importante que un cambio en el liderazgo. Las rupturas internacionales están sacudiendo los cimientos de la democracia de posguerra de Alemania. Bajo el presidente Donald Trump, EE. UU. ha repudiado a Occidente y todo lo que representa. El 29 de marzo de 2019, el Reino Unido abandonará la UE. Y en el este, China ha surgido como nueva potencia global. El centro de gravedad económico del mundo está virando rápidamente del Atlántico Norte al este de Asia. La revolución digital, el ‘big data’ y la inteligencia artificial están cambiando la manera en que trabajamos y vivimos. Y las crisis internas de la UE se han intensificado, mientras la agitación crónica en Oriente Medio y África representa un riesgo externo persistente para la estabilidad de Europa. Estos y otros acontecimientos han sacudido la posición una vez firme en política exterior de Alemania. Durante años, su modelo económico y su estrategia de seguridad se centraron la integración con Occidente y el papel de Alemania dentro de la UE. Pero los desafíos de hoy exigen una nueva perspectiva estratégica. Entonces, “¿Quo vadis, Alemania?”. Tras la caída del Muro de Berlín, la reunificación y un período de alto desempleo y reformas aparentemente interminables, los alemanes ya habían experimentado suficiente agitación. La cancillería de Merkel estaba destinada a poner fin a todo eso. Un pragmatismo frío se convirtió en el orden del día. Con la economía en auge, parecía que el sol siempre brillaría y los cielos siempre estarían azules. Los votantes alemanes veían pocas razones para no elegirla tres veces más. Pero el surgimiento de un nuevo orden global presenta a los hacedores de políticas públicas y a los políticos interrogantes estratégicos de peso que no se pueden ignorar o diferir. El más importante : el papel de Alemania para sí misma -y para Europa- en los próximos años. Con su pragmatismo consumado, Merkel se convirtió en su propia peor enemiga. Tomó decisiones importantes -y por cierto, históricas- pero basadas en consideraciones políticas estrechas y cortoplacistas. Su estrategia ante la crisis financiera de 2008 sería su mayor error: se opuso a una respuesta europea conjunta, defendió medidas a nivel nacional y una simple coordinación entre gobiernos de la eurozona. Todo el proyecto europeo se ha descarrilado desde entonces. Será recordada como la canciller del “dividendo de la paz” y tal vez como la última del sistema partidario de posguerra de Alemania (occidental). Pero la crisis persistente de Europa también será parte de su legado y un desafío difícil para sus sucesores. Nadie sabe qué vendrá después. Mucho dependerá de si Alemania, junto a Francia, prosigue con su misión europea.