La situación política en el país se calienta de manera acelerada.

Refleja la preocupación creciente en torno a la agudización inocultable de la crisis económica, y la convicción de que este Gobierno no tiene capacidad para enfrentarla.

Los que contrataron con el Estado se quejan de que están impagos, y por ello no solo que han debido despedir personal sino que se han visto en una situación aún más difícil, al constatar que sus garantías han sido ejecutadas por no cumplir con los contratos pertinentes.

Esto, que es paradójico, deja en el camino una serie de secuelas: la agudización del fenómeno de la desocupación, las dificultades para sobrevivir de las familias sin trabajo, los problemas con la banca que los ha financiado, los continuos casos de conflictos laborales; en fin, un escenario de insalvables dificultades y de incertidumbre reiterada.

En las filas de las Fuerzas Armadas, a pesar del cuidado y la reserva con que se manejan, no puede haber tranquilidad frente a las dificultades que tienen para sentirse seguros de que subsisten las condiciones que les garantizan gozar de la atención de salud, del retiro y de otros factores, básicos para el cumplimiento de sus deberes y obligaciones.

Los profesores no reciben a tiempo sus remuneraciones y ven, con pesimismo e incredulidad, que cada vez es más difícil acceder a su Fondo de Cesantía, el cual fue intervenido por el Ejecutivo, en una acción sin precedentes en contra de sus recursos, que son privados.

En el problema del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social - IESS, de carácter global, tampoco se ven posibilidades de solución. Escasean las medicinas, la desesperación de los usuarios con enfermedades catastróficas aumenta, los jubilados se sienten impotentes frente a las largas que les dan para el retiro de sus aportes, y se incrementa la duda de que ocurran efectos catastróficos a mediano plazo.

Por donde se ve hay oscuridad y neblina, y la gente se pregunta, ¿hasta cuándo puede durar un Gobierno que no tiene respuestas?

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