Los que se van
Los que se van es el título de un libro de cuentos que, sobre temas del montuvio y el cholo, publicaron en los años 30 del siglo pasado 3 adolescentes guayaquileños: Gil Gilbert, Gallegos Lara y Aguilera Malta, obra que dio paso a la formación del famoso Grupo de Guayaquil, que significó el punto de partida de la moderna narrativa ecuatoriana.
Ahora este título nos sirve como pedrada en ojo tuerto y anillo al dedo para referirnos al éxodo del gobierno morenista cumplido por, ya no tres adolescentes, sino por un trío de funcionarios duchos: Patiño, Pabón y Hernández, que deben haberse sentido incómodos por su fidelidad para con el expresidente Correa, con el intercambio de tuits entre el anterior y el nuevo inquilino de Carondelet. Y es que, al parecer, de seguir actuando Lenín a través de sus propias iniciativas, contando según las encuestas con más de un 70 por ciento de aprobación ciudadana, los cien años de duración prometidos por los dirigentes de la RC no se van a cumplir, de la misma manera que don Adolfo Hitler no pudo lograr que el nazismo, sepultado en 1945, fuera el modo de ser y hacer del colectivo humano durante un milenio, nada menos.
Así, entonces, la salida por la tangente de los tres ciudadanos verde flex pudiera ser el comienzo del fin de un sueño que duró solamente una década. Y es que otros miembros de AP que fueron colocados en la burocracia luego del triunfo electoral del pasado mes de abril preferirán hacer suyo el viejo adagio popular que afirma lo de “más vale pájaro en mano...”. Pero si la esperanza es lo último que se pierde, quienes siguen atentos y fieles a los mensajes que llegan de Bruselas, podrán pensar que su partido volverá a engrosarse a partir de una oposición que surja de los desatinos o promesas no cumplidas desde el poder, que los “verdes” esperarán sucedan sobre todo por la difícil situación económica en que ha quedado el Estado, aunque todos sepamos quiénes son los culpables de esa situación “chiresca”.
Y bueno, como para mejorar hay que enmendar los yerros, ya Lenín habló sobre la posibilidad de convocar a una consulta popular, desechando a la Asamblea Constituyente, que requiere de un proceso más complejo y costoso.