Cuatro meses después de su primer encuentro, en una ‘miniprocesión’ para medir el estado de la ruta, el Cristo del Consuelo y su monumento volvieron a coincidir.

2.700 metros rebosantes de fe

La solidaridad marcó la nueva ruta de la procesión del Cristo del Consuelo. Cientos de miles de feligreses recorrieron las calles del suburbio para agradecer a Dios o pedir milagros

La religión es fe. Y la fe, solidaridad. Ayer, en la procesión del Cristo del Consuelo, ambas peregrinaron tomadas de la mano.

Óscar Campoverde lo demostró a gritos. “¡Lleve su jugo! ¡Es gratis!”, vociferaba en la calle Las Balsas. Cientos de personas lo miraban extrañados, incluso con recelo, hasta que algunos curiosos se acercaron a comprobar que las funditas en las que este y su familia invirtieron tres días no tenían costo.

Su madre empezó con la tradición al ver el lento y acalorado paso de los fervientes caminantes de la procesión. Se apiadó de los devotos y decidió brindar, a uno que otro, un juguito. Eso sucedió hace diez años. Pero Óscar, en cambio, preparó nada menos que diez mil. “Devolvemos a Dios lo que nos da ayudando a la gente que viene hasta acá a orarle y darle gracias”, resaltó a EXPRESO.

En la nueva ruta, de 2.700 metros, primó sobre todo la bondad de los extraños. Siempre había una mano amiga para ayudar a evitar caídas. Los más necesitados eran los ancianos y las personas con discapacidad que se aventuraron a un recorrido que, por primera vez, avanzó desde la parroquia del Cristo del Consuelo hasta el Cisne II.

Incluso los moradores del nuevo barrio por donde pasó la emblemática imagen cuidaban de los fieles. Desde el portal de su casa, Ruth Quiroga echaba agua a manguerazos para refrescar a los creyentes. Dayanara Cercos, en cambio, daba cabida en su portal a quienes necesitaban recuperar el aliento.

Pero ni el inclemente sol ni el tumulto de los cientos de miles de fieles que siguieron la romería fueron obstáculo suficiente para detener a los más aguerridos.

Mélida Zambrano hizo el recorrido a punta de bastón y tomada del brazo de su vecina Rosalba Cáceres. Se había escapado de su casa a las 06:00, pues desde que necesita apoyo para caminar, sus hijos casi no la dejan salir: “Llevo 45 años yendo a la procesión, dándole gracias a Dios por lo que me ha dado. Una pierna mala no me va a detener. Mis hijos tampoco”.

Rocío Quiroz llegó hasta la plazoleta a paso lento porque debía empujar la silla de ruedas de su hija. Hasta hace tres años, la madre ni siquiera era católica, pero le pidió a la imagen por la salud de su pequeña, víctima de un disparo a quemarropa en la columna vertebral.

“Así nos demoremos ocho horas, vamos a terminar la peregrinación. Es una obligación que demos gracias”, recalcó.

Milagros como el de esta mujer, de 54 años, fueron los que impulsaron a los fieles a cubrir la extenuante ruta. Muchos la hicieron descalzos. Otros, como Rodolfo Reinoso, migrante cubano que arribó hace un año y medio, cargaban fotos de sus familiares.

“Vine a pedir por mis hijos. Los dejé en Cuba y solo quiero que el Señor me los proteja”, relató entre lágrimas.

El arzobispo de Guayaquil, monseñor Luis Cabrera, lo resumió preciso al cierre de la procesión, cuando la imagen ya había llegado a su destino final: “Dios todo lo puede, solo hay que dejarlo obrar”.