Quito

Jardín silvestre Quito
El proyecto del jardín silvestre en Bellavista recuperó un lugar inseguro con camineras y un humedal.Foto: Franklin Jácome

Quito impulsa la recuperación de espacios públicos con jardines silvestres

En Bellavista implementan una nueva tendencia que recupera las zonas públicas abandonadas y erosionadas con plantas nativas

La primera cita con un espacio verde asilvestrado puede ser decepcionante. Para quienes están acostumbrados a los parques y jardines con influencia europea, en los cuales la poda es imprescindible y la simetría, un requisito, encontrarse frente a una naturaleza salvaje, con plantas autóctonas y consideradas “mala yerba”, requiere de un cambio radical de concepto frente a lo verde y a la vida misma.

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Durante los meses más duros del confinamiento por COVID-19, Quito bajó el ritmo. Las calles quedaron vacías, los motores se apagaron y el silencio permitió que la ciudad escuchara otros sonidos: el canto de los colibríes, el crujir de las hojas, el murmullo de las quebradas. Hay barrios en los que se vieron ardillas que trepaban cables, guarros en parques, e incluso lechuzas que volvieron a patrullar los cielos urbanos, según la publicación del Zoológico de Quito. Fue un breve paréntesis donde lo silvestre, sin permisos ni planos, recuperó terreno.

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A este fenómeno se lo conoce como ‘rewilding urbano’ o asilvestramiento, una idea que gana terreno en ciudades del mundo que buscan reconciliarse con la naturaleza, y ahora se debate en la capital ecuatoriana.

Para el ambientalista Roberto Pozo, el asilvestramiento exige cuestionar el tipo de hábitat que se desea construir en una ciudad del siglo XXI. “Se habla mucho de eliminar los falsos históricos, de descolonizar el pensamiento, de vivir la diversidad; sin embargo, Quito sigue repitiendo un modelo vegetal importado, instalado desde 1945 por figuras como Jacinto Jijón y Caamaño, que impuso un ideal de paisaje europeo, ajeno a nuestro ecosistema”, señala.

Aquel modelo, recuerda, arrasó con decenas de quebradas en nombre de la cuadrícula ortogonal. Plantas como la chilca, el penco, el sigse o los matorrales nativos fueron catalogadas como “mala hierba”, es decir, como todo lo que no encajaba en la estética del césped, la flor y el árbol decorativo.

“Lo que proponemos es develar el paisaje natural de nuestros ecosistemas urbanos, ofrecer un cambio en la lectura estética del jardín y del espacio verde público. En eso consiste asilvestrar: no en importar una moda, sino en reconocer lo que ya existe bajo el concreto”, añade.

El proyecto comunitario en Bellavista

Un ejemplo tangible de asilvestramiento urbano se encuentra en Bellavista. La antropóloga y presidenta de la asamblea del barrio, Trinidad Ordóñez, forma parte de un proyecto comunitario que ha transformado un espacio abandonado en un jardín silvestre de transición entre la ciudad y la naturaleza.

“Pagamos el mantenimiento con cuotas de los vecinos. No podíamos seguir cortando kikuyo eternamente. Trabajamos con plantas autóctonas, que requieren menos mantenimiento y que, además, atraen insectos y animales del bosque. No tenemos hierba, y eso permite otro tipo de vida”, explica.

En un humedal deteriorado, los residentes sembraron flores y colocaron piedras para que los sapos puedan esconderse. “Hicimos un acuerdo con Acción Ecológica y otras organizaciones para reintroducir a los sapos. Las bromelias retienen agua y crean microhábitats. Esperamos que en un mes los sapos estén de regreso”.

La intervención fue diseñada con el apoyo de un equipo de 15 profesionales, entre arquitectos del sector, paisajistas, antropólogos, sociólogos, psicólogos, biólogos y economistas. “Es difícil que el Municipio tenga acceso a un grupo así. Nosotros pudimos hacer un proyecto integral, con gente que realmente conoce las plantas y sabe qué especies funcionan juntas”.

Jardín silvestre Quito
Así lucía el espacio abandonado en Bellavista antes de la intervención.Foto: cortesía

El área recuperada conecta con el acceso al Parque Metropolitano y abarca unos 600 metros de largo por 25 de ancho. Lo bautizaron como Las Chilcas. “Es un espacio de transición: pasas del pavimento a una pequeña selvita. Sembramos más de 4.000 plantas. Es un proceso, no ocurre de un día para otro”, comenta Ordóñez, quien reconoce que hubo resistencia vecinal al principio. 

El objetivo es cambiar el paradigma del jardín afrancesado. “Decían que eso estaba feo, que venga el Municipio a cortar. Pero estamos construyendo otro concepto. Hay que explicarle a la gente que este jardín es especial, que no está descuidado, sino que sigue los ciclos de la vida”.

La recuperación es espontánea o planificada 

No todo asilvestramiento es igual. Existe el espontáneo, que ocurre cuando se dejan de intervenir ciertas zonas y las plantas vuelve por sí solas. La capital lo vivió intensamente en sus quebradas, en sectores como El Batán, La Floresta, Guápulo o Bellavista, en el norte. Allí la vegetación reapareció con fuerza y se internó entre escombros, laderas erosionadas y márgenes urbanos. Árboles nativos, musgos y enredaderas brotaron.

Por otro lado, está el asilvestramiento planificado, que requiere visión urbana, voluntad política y gestión técnica. Se trata de diseñar espacios públicos que prioricen la biodiversidad: parques con vegetación nativa, techos verdes y bordes urbanos. Urbes como Barcelona ya aplican este enfoque que convierte plazas, tejados y avenidas en hábitats compartidos.

Foto de Sistema Grana (14743333)

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En Quito ya existen antecedentes. A partir del 2004, se plantaron árboles en barrios del “hipercentro” y usaron las veredas con condiciones mínimas. Con el avance del cambio climático, desde 2009 se empezó a proteger quebradas mediante declaratorias de patrimonialidad, en donde reconocían su rol como sistema hídrico y no solo como barrancos. “Se impulsó la creación de cinco grandes corredores verdes que cruzan la ciudad de oriente a occidente, y en 2022 se solemnizó la ordenanza de protección del arbolado, que valora no solo los árboles, sino también los suelos y la vegetación rastrera que los protege”, indica Pozo.

El ambientalista considera que estos esfuerzos deben ser entendidos como una invitación a repensar las áreas públicas más allá de lo decorativo y su impacto en el ecosistema. “Podemos seguir contratando cuadrillas para cortar kikuyo (planta que era considerada invasora) o comprar más motobombas para apagar incendios forestales. Pero si no replanteamos el modelo urbano, perderemos la oportunidad de conectar la ciudad con las tendencias globales que priorizan lo verde, lo natural y lo resiliente”.

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