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¡La solución del cuatro por ciento!

Avatar del Francisco Swett

El crecimiento importaba tanto en aquel entonces como hoy y como siempre. Sin crecimiento no se resuelve el problema fiscal

¡No es solución! Es la primera idea que se le ocurriría al Sr. Correa, y si el Gobierno planea recaudar 0,7% adicional del PIB con este “ajuste” fiscal, tampoco llegará lejos pues, en una economía recesiva, sobresaturada de impuestos y de basura fiscal, el “tirón hacia atrás” tendrá efectos negativos sobre las expectativas y continuarán creciendo las sospechas de que estamos ante una solución de gradualismo, a la Mahuad, que nos llevará a un callejón sin salida. Los impuestos, al afectar los costos en mercados fragmentados como el ecuatoriano, tendrán resonancia y no se quedarán estáticos en el cuatro por ciento “de los ricos” que pueden tener patrimonio, pero carecen de liquidez en una economía que lleva siete años de estancamiento y dos años de depresión. Proponer medidas tributarias, y que estas sean el plato principal de la comunicación del Gobierno equivale a “tentar al diablo” pues ya podemos esperar que el proyecto gubernamental se transformará en un disparate en la disfuncional Asamblea, con requerimiento de que sea el doble o el triple, a ser pagado por los de siempre.

Estas consideraciones no son ni teóricas ni inventadas; nacen, en mi caso, de la experiencia vivida cuatro décadas atrás, cuando tuvimos que recoger una economía hecha pedazos por la crisis de 1982-1983. Hubo que hacer ajustes fiscales, ¡sí!, cuando los combustibles se vendían internamente a una quinta parte de los costos de oportunidad y cuando las recaudaciones del Impuesto a las Transacciones Mercantiles (ITM) eran exiguas y no se contaba con la tecnología para ampliar la red de cobertura. Pero los recursos fueron recaudados para ser devueltos a la economía en la forma de la reparación integral de la red de carreteras, el tendido de más de una centena de puentes, la restitución de la producción agrícola y la reparación de las escuelas destrozadas por El Niño. Se dio paso al Plan Techo y no a inflar la Cuenta Única del Tesoro que se ha convertido en el más dispendioso instrumento del centralismo. La filosofía que primó fue la del estímulo fiscal por la vía de la inversión en bienes que en su momento eran de carácter público y no eran atendidos desde el sector privado.

El crecimiento importaba tanto en aquel entonces como hoy y como siempre. Sin crecimiento no se resuelve el problema fiscal. La parsimonia, a diferencia de la prudencia, no es una buena consejera en el diseño de la política económica. El sentido de urgencia cuenta, así como la comunicación integral y su diseminación efectiva en cuanto al origen y uso de los recursos. Debe haber sentido de equipo, como lo teníamos y ahora no aparece. No era ni ha sido necesario esperar a tener un acuerdo con el FMI para llevar a cabo los cambios de dirección requeridos que identifiquen al nuevo gobierno más allá de las iniciativas simbólicas ya tomadas. Ello no implica entrar en una relación adversaria con nuestros acreedores: es manifestación de responsabilidad soberana.

¡Pruebas al canto!, en 1985 tuvimos crecimiento superior al 4 %; bajó la inflación, subió la reserva monetaria y tuvimos superávit en las cuentas del sector público consolidado. Ahora: ¿qué esperamos con el gradualismo y el posible dispendio del capital político?