Sociedad, crisis y valor familiar

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'Pero hoy, las crías del coronavirus, en medio de la permanencia obligatoria en los hogares, vuelve a desvelar y revelar la importancia de la familia'.

Las sociedades en sus momentos iniciales se crean, tejen, sustentan y proyectan a partir de un núcleo original: la familia. Ésta, desde sus inicios, no es una célula más, sino la base fundamental de ellas. Es biológica, antropológica, psicosocial y la matriz desde la cual surgen y se desarrollarán, tanto la gramática de los afectos-sentimientos, cuanto el regazo de lo humano, mundano y del amor.

También es el eje desde el cual nace, se hace y desarrolla el lenguaje primario que inicia y abre la acción comunicativa. Incluso desde ella y por ella comenzamos el aprendizaje del compartir, convivir y sobrevivir. Por eso, antropólogos, psicólogos, psicoanalistas e historiadores la consideran como el factor que condiciona y determina los hechos y procesos de nuestra vida.

Así fue durante mucho tiempo. Las formas autoritarias y despersonalizadoras de la esclavitud, feudalidad y fanatismo del medievo no pudieron destruirla. Incluso la reconocieron y utilizaron para su permanencia. Pero la modernidad produjo fractura y transformación de ella, atomizó a sus integrantes. Los individualizó, los hizo hombres y ciudadanos libres de esa matriz originaria que les daba sentido a sus momentos iniciales. De este modo, el mito y el rito del individualismo (dogma del ‘yo sólo yo’) creó una suerte de abandono, distanciamiento y hasta fractura de esta célula originaria básica.

La revolución científica y tecnológica de hoy profundizó esa revalorización del núcleo familiar. Así se fue generalizando su devaluación creciente. Adultos, jóvenes, adolescentes y hasta niños reniegan de ella y se adhieren fanáticamente al individualismo alejado y “sin vínculo” familiar. Pero hoy, las crías del coronavirus, en medio de la permanencia obligatoria en los hogares, vuelve a desvelar y revelar la importancia de la familia. Pues sólo desde ella y por su fuerza, volvemos a reconocer cuánto nos sirve de sustento y sanación.

Bueno por este retorno, físico, afectivo y efectivo de la familia. Ojalá no sea por lo transitorio de la crisis sanitaria, sino una real restitución de su valor. Esperemos que no implique un “retorno por angustia y temor”, sino el reconocer lo que siempre ha sido: origen de lo humano, afectivo y real del amor mundano. Eso debe no olvidarse nunca.