Editoriales

Cómo destruir una buena idea

La iniciativa dejada de lado se la reemplaza con ofertas populistas de servicios inexistentes.

El Gobierno hizo una propuesta sensata en el sentido de utilizar los ingresos originados en las concesiones de las telecomunicaciones para financiar la ampliación de la cobertura de los servicios hacia las áreas, predominantemente rurales, que hoy están “dejadas atrás” y por ello ubicadas fuera de la economía digital, del progreso material, de la inclusión social, y de todos los beneficios que se derivan de una vida digna.

Hoy, esa idea no existe más. En connubio con la Legislatura, el ministro del ramo fue raudo en aceptar que los recursos recaudados irán a la caja fiscal donde el 87 % de los mismos serán utilizados para pagar sueldos, intereses y gastos operativos del Estado. Es el producto de la falta de visión que una vez más se pone en evidencia pues no se trata de que el Gobierno haga “negocio” con la utilización del espectro radioeléctrico, sino que propicie el mejor servicio y promueva la competencia para lograr los costos más bajos, la calidad más alta y la cobertura más amplia de los servicios de voz, imágenes y datos.

La iniciativa dejada de lado se la reemplaza con ofertas populistas de servicios inexistentes. Es una forma certera de destruir una buena idea.