Una ciudad opaca
Los ciudadanos deben exigir la iluminación que les permita recuperar todos esos espacios que no ocupan por el temor a la delincuencia y a la violencia criminal’.
Ni las fiestas por los 202 años de Independencia de Guayaquil, que se celebran en este mes, han logrado avivar la luz en la ciudad, que pierde cada día más su luminosidad y el comercio nocturno, sin que ninguna autoridad haga algo para impedirlo.
El contraste más visible entre lo que debe ser y lo que existe puede verse en el turístico sector de Puerto Santa Ana y la avenida 9 de Octubre. La claridad y el incesante movimiento del primero lugar muestran la vida y el desarrollo que no existe en el segundo, en el que la apatía y el desinterés cantonal están expuestos en su máxima expresión.
La falta de luz y la ejecución de acciones eficaces contra la inseguridad, en desmedro del progreso de los ciudadanos, se han convertido en los mejores aliados de quienes causan el miedo y la zozobra en los porteños, que están obligados a encerrarse en sus casas por el temor a la delincuencia y la violencia, que han ocupados sus espacios.
Guayaquil no puede seguir perdiendo su luminosidad como si aquello solo dependiera de la luz del sol y no de la infraestructura del alumbrado público -también del privado- de lo que son responsables por un lado la corporación energética y por otro el gobierno local. La opacidad debe eliminarse.