Sophia Forneris | Espectáculo moral

La metamorfosis de la moral política responde a una sociedad que ha dejado de escandalizarse
La palabra ‘moral’ parece hoy en día un concepto en extinción. Si bien en teoría debería ser el conjunto de valores y principios que guían nuestra conducta, en la práctica se ha vuelto un término relativo, moldeado por las costumbres, las modas y los ritmos de cada época. Antes, la ciudadanía exigía que la conducta de sus representantes estuviera a la altura de la dignidad del cargo. Hoy esa expectativa se percibe como un mito.
La pregunta de fondo es si existe una moral especial para los políticos, distinta de la que se espera del ciudadano común. La respuesta debería ser obvia. Sin embargo, en el espacio público ecuatoriano pareciera que la moral se interpreta bajo otro prisma: ya no se trata de elegir a los más íntegros, sino de escoger a quienes ‘hacen menos mal’. Poner familiares en la Asamblea, por ejemplo, termina viéndose como una falta menor frente a acusaciones de abuso o corrupción sistemática. Ese es el verdadero error: hemos reducido la discusión a un ejercicio de comparación de daños, en lugar de defender lo que es correcto.
La metamorfosis de la moral política responde a una sociedad que ha dejado de escandalizarse. Los votantes, expuestos a espectáculos mediáticos y promesas incumplidas repetidas en cada gobierno, han normalizado prácticas que antes hubieran sido motivo de indignación. En la era de los videos virales, la popularidad efímera pesa más que la trayectoria o los valores de un candidato. La ética queda relegada a un segundo plano frente a la inmediatez del espectáculo.
Lo preocupante es que hemos confundido la tolerancia con la resignación. No se trata solo de apagar incendios momentáneos, sino de transformar los perfiles de quienes aspiran a gobernarnos.
La verdadera metamorfosis debería ser otra: recuperar la capacidad de exigir ética, coherencia y responsabilidad a los líderes. Porque sin esa brújula moral, la política se reduce a un teatro de sombras, donde se premia el espectáculo y se castiga la integridad. El desafío está en volver a creer que una política distinta no solo es necesaria, sino también posible.