Sin vergüenza

¿De dónde sale el dinero para prodigar un arsenal de dádivas electorales cuya entrega está prohibida por el Código de la Democracia?
Ahí está ella. Enfrascada en defender su espacio de poder sin que la palabra “límites” se le aparezca en su horizonte de fanfarrias y de nubes. Es la misma que gastó una millonada para pintar óleos a precio de Ferraris o embadurnar paredes con frasecitas que parecen salidas del no-talento de Bad Bunny.
Es la misma que permitió que su exesposo se vuelva el mudo más célebre y rico de estos lares porque aún hoy no sabemos cómo hizo fortuna y luego compró terrenos que se volvieron oro gracias a una ordenanza municipal. Y es la que no tuvo empacho en beneficiar a su actual consorte para que gobierne un ejército de trolls que instalen la opinión de que ella es una gran alcaldesa y sus críticos unos diablos adornados de todas las lacras humanas concebibles.
Ahora reparte regalos para ganarse la simpatía de votantes marginales que son la mayoría en una metrópoli que lleva 30 años ¿gozando? del ‘modelo exitoso’ socialcristiano. Ese que no ha podido hacer más inclusiva, segura, respirable, equitativa, caminable… a una ciudad gobernada por las fortunas de adoquín y la oscuridad de sus fundaciones.
¿De dónde sale el dinero para prodigar un arsenal de kits de alimentos, cajas de cervezas, recargas del gas, pasajes en la metrovía, que a todas luces son dádivas electorales cuya entrega está expresamente prohibida por el Código de la Democracia? Del bolsillo de la alcaldesa no, pueden estar seguros. De los que le hacen de alfombra, menos.
La respuesta de que jóvenes voluntarios auspician -¡ay, Dios, en esta tierra de fenicios!- la caridad electoral es más falsa que el color de cabello de ciertas candidatas. Y si no lo fuera, sentémonos a esperar, con una cerveza negra en mi caso, las cuentas claras y minuciosas del origen de los fondos que solventan la campaña más frenética y desesperada para comprar votos que yo recuerde. Usando, por si hace falta aclararlo, toda la maquinaria municipal para el reparto (vehículos, fuerza laboral, estructura de propaganda)… como si eso fuese parte de sus funciones.
Si al pan debemos llamar pan, a la ausencia de decoro, de ética en niveles mínimos, ¿cómo hemos de llamarla?