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Lo sucio no es la política...

Avatar del Rubén Montoya

'No es sucia la política: lo son quienes venden su alma al diablo y luego rezan un rosario, tan devotos...’.

Hay un criterio extendido de que la política es sucia, dañina. En general, no sabemos definirla, pero la asociamos a una toma de decisiones que carece de límites morales. Despachamos cualquier asunto público que no entendemos o nos desmarcamos de la conducta de quienes nos gobiernan, muy fácilmente: “es que eso es política”. Y lo decimos como si el modo de practicarla no reflejara lo que somos como sociedad.

La política no es mala ni su ejercicio debiera resultarnos ajeno. Su matriz debe ser la conducción de asuntos públicos en provecho de todos. Y, por tanto, debe nutrirse de valores éticos ¿La entienden así nuestros gobernantes, por caso el presidente Guillermo Lasso cuando se benefició de un denunciado pacto con el correísmo para lograr la vigencia de una ley que crea más tributos?

El problema no es la política, sino quienes la practican como si fuese el reino del todo vale. Y también lo es que los ciudadanos nos desentendamos de ella por considerarla extraña. Ni lo es, ni debe serlo. “La política es la discusión sobre las normas formales, las instituciones, que regulan el comportamiento de una comunidad”, dice el politólogo español Víctor Lapuente. Y como es una especie de regulación, debería tener límites. ¿Cuáles? Los que imperen en una sociedad determinada… En Ecuador parece que no existen.

Nuestros políticos -esos que nosotros elegimos- se sienten autorizados a hacer lo que sea para lograr sus objetivos: pactar con el adversario del que juraron ser distintos, repartirse al Estado como si fuera vaca de alquiler, comprar conciencias que tienen tarifa… Todo en el nombre de la “política”.

No es la política la que está mal; lo que está mal es que se la dejemos por completo a quienes, como dijo el filósofo francés Paul Valéry, la vuelven “un arte que impide que los ciudadanos se entrometan en lo que les importa”.

No es sucia la política: lo son quienes prometen no crear impuestos y después los decretan; los que venden su alma al diablo y luego rezan un rosario, tan devotos; los que nos seducen con la máscara de la honestidad… pero muy pronto nos muestran su verdadera cara de farsantes.