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El peor momento es el mejor

Avatar del Rubén Montoya

Enfrentamos una guerra y de ella no se sale con lamentos. Es la actitud ante la vida la que puede cambiar la dirección de nuestros vientos, no al revés...’.

Es un momento único para resurgir. Al arsenal de datos negativos que podrían llenar esta columna solo cabe resumirlos en una frase que la he escuchado, que me la he escuchado, como si fuera una letanía interminable: es el peor año de nuestras vidas.

¿Y?

Lo es, pero podría ser peor si seguimos caminando en círculo. Romperlo no es una alternativa: es la única opción. Enfrentamos una guerra y de ella no se sale con lamentos. Es la actitud ante la vida la que puede cambiar la dirección de nuestros vientos, no al revés.

Tras perder 6 millones de los suyos, en el más cruel exterminio de la historia, los judíos resurgieron del humo de todos los Auschwitz y levantaron un Estado que hoy está entre los más prósperos del mundo. En el peor momento de la represión británica en la India surgió un líder que partió en dos la dictadura: Mahatma Gandhi y su revuelta basada en la no violencia, que desembocó en la autonomía de la que es hoy la tercera potencia del planeta. La posta en Occidente la tomó Martin Luther King, el líder negro que levantó a su pueblo para romper con siglos de segregación racial y privación de derechos, que llegaron a su peor registro a inicios de 1960. “I have a dream…”. 45 años más tarde un afroamericano dirigía el despacho más poderoso de la tierra.

Cuando el dictador Augusto Pinochet enterraba a sus opositores en fosas comunes “porque es más económico”, Chile le dijo NO en el plebiscito de la alegría de 1988 y empezó a coser sus hondas heridas sobre la base de los acuerdos mínimos y las aspiraciones máximas.

Quiero escribir el próximo año que cuando Ecuador enfrentaba su peor catástrofe emocional, económica y social tuvo el coraje de darse cuenta de que no había cenizas en sus entrañas, sino rescoldos ardientes y llama viva.

¿Qué pasa cuando un hombre se levanta y dice “ya es suficiente”?, se preguntaba el doctor King. Pues que construye ladrillo a ladrillo su sueño. Y construir un sueño no es un derecho: es un deber. En el peor año de nuestras vidas, cuando nos asiste el derecho a llorar, quejarnos o maldecir, tenemos un deber que es más grande que todo eso: el deber de resurgir.