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La noche que vendrá

Avatar del Rubén Montoya

Nuestros pueblos, que se han movido entre legiones de pobres y élites avariciosas y mediocres, son tierra fértil para fantasías seductoras...

Hace poco, en un almuerzo de pensadores y un infiltrado, se planteó la duda trascendente de si Ecuador podría convertirse en Venezuela. Dije que sí, en voz baja, como pidiendo disculpas. Porque el infiltrado era yo.

Los intelectuales, con razón, suelen pensar que las condiciones históricas y estructurales de un país determinan mucho de su futuro y por eso sostienen, en nuestro caso, que tenemos una que nos distancia con los llaneros: las Fuerzas Armadas. Está bien: las de Venezuela son, prácticamente, guarida del Cartel de Los Soles, una red de células que operan actividades criminales, como la minería ilegal y el narcotráfico. Está bien: las nuestras son impolutas… y han demostrado a lo largo de su historia que siempre están del lado del pueblo y de la ley, ¿no es verdad?

El control absoluto de un Estado no se detiene en pequeñeces. Cuando alguien quiere tomarlo, y mixtura bien audacia y tiempo, las fuerzas del orden terminan doblegadas. Las de Venezuela no eran lo que son. Tampoco las de Nicaragua, que ahora son un remedo. Recordemos: Daniel Ortega, el exguerrillero que hoy se cree un enviado de Dios, empezó su mandato con un tercio de apoyo. Pero enseguida compró una sentencia de la Corte Suprema, que ya controlaba, y el camino de su entronización se allanó. Lleva 16 años y contando... Ayer reformó “su” Constitución para ser él quien imponga sanciones a los adversarios. En Nicaragua, pensar distinto se denomina “traición a la Patria”, y se castiga hasta con cadena perpetua. ¿Creen que eso es imposible que pase algún día aquí?

A quienes aman el poder les valen tres atados (de lo que sea, de lo que sea) las formas y los costos. Una vez identifican a la instancia clave de su plan (una Corte, una Asamblea, una entidad) ejecutan el plan. La infiltran, dividen o asaltan. Lo demás es viruta: querer es poder.

Nuestros pueblos, que se han movido entre legiones de pobres y élites avariciosas y mediocres, son tierra fértil para fantasías seductoras. Y para abrir con su voto la larga noche dictatorial, llámense como sea los paisitos o sus tiranos: Maduro, Ortega. O uno que pronto lo será: Bukele…