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Navidad de los amigos

Avatar del Rubén Montoya

... tenemos amigos, es decir, esos hermanos que elegimos. No tienen nuestra sangre, ya lo sé, pero tienen nuestros latidos...’.

Quede claro: no me gusta la Navidad de los simulacros, los regalos que se compran con tarjetas, los falsos valores, las hipocresías. Pero amo la Navidad de los afectos verdaderos: esa que no necesita de una Nochebuena para ser sincera. Esa que se cosecha con esfuerzo y se cose con solidaridad. Con alegrías y cariño.

Después de casi dos años de dolor y aprendizaje, este país de gente a veces indolente y casi siempre hermosa, tiene una razón para cenar con esperanza. Hemos perdido familiares, amores entrañables, amigos. Hemos llorado como nunca y aquí seguimos, heridos y de pie, con la mejor suerte del mundo: la de tener sueños que cumplir; la de seguir vivos.

En el nombre de los 100 mil que se nos han ido escribo. Sí. Pero también en el de los quedan después de esta batalla que no nos ha dado tregua. Si algo hemos de sacar en limpio de esta pandemia -a la vez cruel y luminosa- que sea la lección de nuestro privilegio: tenemos amigos, es decir, esos hermanos que elegimos. No tienen nuestra sangre, ya lo sé, pero tienen nuestros latidos.

Creo que honrar la memoria de todos los que hemos perdido es también celebrar a los que nos quedan. Son de fierro: han pasado las peores pruebas y siguen firmes, como el bambú que se dobla y no perece. Que resiste.

A mis amigos del Vicente Rocafuerte -que en otros casos serán del Mejía de Quito, del Juan León Mera de Ambato, de la Inmaculada de dónde sea, da igual- los abrazo como quien se aferra a la certeza de que el sol más luminoso viene después de la lluvia más intensa. Igual que solo valoramos bien a la sonrisa que aparece justo cuando superamos la pena que más nos calcina.

¿Quién no ha visto menguado su arsenal de amores buenos en este tiempo? ¿Quién no ha perdido un compinche, un camarada, un cómplice de vida? ¿Quién? En nuestro grupo vicentino hemos perdido a cuatro. Quedamos 16 y el número solo irá disminuyendo, ley de vida. Pero hay algo que no menguará hasta que solo quede uno: la certeza de que fue un regalo hermoso cruzarnos en el mismo camino. Y un privilegio, mientras dure, el festejar con los que queden una Navidad sincera. Una Navidad de amigos.