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Así, no hay lazo que valga

"Aunque mucho de los candidatos puede fabricarse, hay ciertas esencias que se notan y agradecen. Una de ellas es la au-ten-ti-ci-dad..."

Un votante es un objetivo a seducir, conquistar, convencer. Desde que Edward Bernays, el padre de la propaganda, decretó que “la realidad no es lo que es, sino lo que te muestro que es”, las maquinarias del poder saben que se puede vender tanto un jabón como una guerra, y que la masa, o sea la suma de nosotros, es una plastilina que puede ser moldeada.

Visto todo así, tan cínica y pragmáticamente, los candidatos son un producto. Y aunque mucho de ellos puede fabricarse, hay ciertas esencias que se notan y agradecen. Una de ellas es la au-ten-ti-ci-dad. Los votantes, por ingenuos que seamos, por tontos que hayamos sido más de una vez al elegir, tenemos un dedo de inteligencia en la frente. O casi. Y la valoramos.

Que alguien se muestre como es, resulta un plus en una elección. Genera simpatía. A fin de cuentas, lo que hacemos con un alcalde o un presidente es darle nuestro respaldo. Que lo merezca o no es muerto de otro velorio: importa que le creemos, que él o ella nos provoca un gesto de apoyo, un voto de confianza. Por eso Álvaro Noboa es hoy buen candidato; a él se le puede achacar de todo (y, quizás, bien merecido se lo tendría) pero no de ser un farsante. Él es como es. Usted con él sabe lo que compra, lo que elige.

En cambio, Guillermo Lasso, que se ha ganado a pulso (y derroche de plata) su derecho a ser el candidato de la derecha ecuatoriana, es un candidato mal fabricado. ¿Cómo creerle cuando invita a beber una cervecita los viernes si él no toma ni el champán de los matrimonios? Él no toma, no fuma, no tiene vicios. Es un esposo y un padre ejemplar. ¿Qué de malo tendría eso electoralmente? ¡Nada! Pero mostrar lo que no es y siente, lo vuelve un producto infumable: no tiene autenticidad.

Deberían sus asesores (¿los tiene?) darle una cinta de León Febres-Cordero en el año 84. Oligarca, mandón, prepotente, guayabera remangada y un trueno en la voz: “Sí, soy oligarca. Si oligarca es producir más de lo que consumo, yo lo soy”. Autenticidad pura. Esa mina de oro que seduce a la voluntad y conquista votos. Sin ella, en cambio, no hay jabón o guerra que se venda. Ni hay lazo que valga.