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Arturo Moscoso Moreno | ¡La Corte es el enemigo!

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Se está construyendo, con éxito, el relato de que los jueces constitucionales son enemigos del progreso

¡La Corte es el enemigo! Es el grito de guerra de los ‘cheerleaders’ del gobierno. Desde cuentas X con emojis patrióticos, pasando por abogados que han descubierto que atacar a la Corte da ‘likes’ y contratos, hasta periodistas devenidos hoy en oficiosos voceros del poder, todos coinciden: el problema del país es la Corte Constitucional. No la pobreza, ni la violencia, ni la corrupción, ni las leyes improvisadas. No. La Corte.

Y así, quienes se atreven a defender la institucionalidad, a cuestionar el atropello o a recordar lo que dice la Constitución, empiezan a convertirse -otra vez- en los nuevos ‘vendepatrias’. Igualito que en los tiempos del correísmo. Se recicla el libreto: el que discrepa es traidor.

Se está construyendo, con éxito, el relato de que los jueces constitucionales son enemigos del progreso. Y eso sin que la Corte haya dicho todavía gran cosa. Pero es evidente que, cuando cumpla su deber y declare inconstitucionales leyes que violan la constitución y los derechos humanos, el griterío se exacerbará. Que si no quiere que el país avance, que si sabotea al Gobierno, que si le falta sentido común. Y, claro, que hay que desaparecerla.

Todo esto suena familiar, ¿no? Porque ya lo vivimos. En el correísmo, la cooptación de la justicia constitucional fue el primer paso para hacerlo todo. ¿No recuerdan a la ‘corte cervecera’? Qué rápido se olvida.

Por eso sorprende que no pocos -hastiados del presente- digan que hubiera sido mejor votar por el correísmo. Como si hubieran olvidado lo que fue: persecuciones, control absoluto de la justicia, linchamientos mediáticos. Qué rápido pasan la página algunos.

Sí, la Corte se ha equivocado. Muchos de sus fallos pueden y deben ser criticados. Pero no es el enemigo. Los enemigos son el lameculismo, el acomodo, la obsecuencia… y la memoria corta.

El Gobierno, si algo de sensatez le queda, aún está a tiempo de corregir el rumbo. Porque si se sigue creyendo que la Corte es el enemigo y se logra acabar con ella o cooptarla, quizás descubramos -demasiado tarde- que ya no queda nadie que nos defienda de los desmanes del poder.