Rubén Montoya Vega | La 21 debiera esperar

La Constitución es la Tabla de Mandamientos de un país, su biblia de derechos, su Sermón de la Montaña, su Yoda y su Gokú
¿Qué pensarían ustedes de alguien que se casó más de diez veces? Les transmito las respuestas de alumnos de Comunicación: “que es inestable”, “no sabe lo que quiere”, “está loco”, “es promiscuo”. “No tiene idea de lo que es el compromiso”.
Ahora permítanme la analogía: ¿qué pensarían de un país que en menos de 200 años de historia ha tenido 20 constituciones? La Constitución es la Tabla de Mandamientos de una nación, su oráculo sagrado, su Sermón de la Montaña, su biblia de derechos, su Yoda y su Gokú. Es papá y mamá dando juntos una orden disfrazada de consejo.
Ecuador ha tenido 20 constituciones. Veinte. ‘Ve-in-te’.
Veinte. El doble de las que tienen Perú, Colombia, Chile o Costa Rica (que, por cierto, encontró hace 35 años el modo de no dictarlas a cada rato. Deberíamos copiarlo). Apenas Venezuela, ese paraíso que creó el Raterismo del Siglo XXI, tiene más: lleva 25. La última, en vez de refundarla la liquidó. Tomemos nota.
Ecuador quiere más. ¿En realidad le hace falta? Supongamos que sí. Pues entonces no debiera repetir el camino tantas veces equivocado. ¿En verdad ‘refundarnos’ cada 10 años es el modo? Deberíamos plantearnos como objetivo que la que viene sea la última constitución. ¡Los pilares de una casa no se cambian a cada rato! Pero entender eso, obviamente, requiere tiempo, calma, consenso. Aprendizaje. Requiere que cambiemos.
Requiere estudiar. Estudiarse. Lo primero que uno aprende es que si siempre hace algo del mismo modo, el resultado será el mismo, una y otra vez. Los cadáveres de 19 constituciones y el cuerpo de la 20 esperando en el purgatorio nos avisan, nos susurran, ¡nos gritan! que vamos a un nuevo fracaso. Si en el 2026 parimos la 21, en el 2036 pariremos la 22…
Pero ahí vamos, necios de catálogo, tontos con pedigrí. Sin preguntarnos ni lo esencial. ¿Y qué es lo esencial? Pues lo de siempre: tomar conciencia. O sea que, antes de emprender en la 21, deberíamos asumir que somos como el que se ha casado 10 veces y aún no aprende: somos inestables, soberbios, promiscuos. Y lo peor: no tenemos idea de lo que es el compromiso.
Empecemos por ahí. Lo digo en serio. La 21 debiera esperar.