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Las señales están visibles

Avatar del Rosa Torres Gorostiza

El desborde del paro indígena hacia el vandalismo expone lo que ni el Gobierno central ni los cuerpos de seguridad del Estado quieren aceptar públicamente, pero lo saben: hay incipientes guerrillas urbanas y rurales formándose en el Ecuador, con financiamiento interno y externo.

Si se analiza con detenimiento lo ocurrido durante los 18 días de una protesta social violenta es posible advertir el peligro que acecha al país desde el paro de octubre del 2019, cuando ocurrió la primera demostración en las calles de una brutalidad camuflada de reclamo social, y que amenaza con extenderse a límites intolerables sino se lo frena a tiempo.

Parecería que la dirigencia de la Conaie, con Leonidas Iza a la cabeza, no tiene capacidad de contención de sus bases y que estas son incapaces de detectar a los infiltrados que señalan como los autores del salvajismo que impidió el paso de ambulancias y de oxígeno, que quemó vehículos, que atacó a militares, que destruyó bienes públicos y privados. ¿Será que los líderes no tuvieron capacidad para frenar la violencia o será que fueron ellos los que permitieron la barbarie?

Vale recordar las declaraciones del expresidente de la Conaie, Jaime Vargas, del 22 de octubre de 2019, de que el movimiento indígena tenía que formar, con sus “excombatientes, con su seguridad comunitaria, su propio ejército para que defendiera a su pueblo”, para pensar que algo huele mal en el país. Aunque Vargas intentó después explicar que hablaba de una guardia indígena, mas no con una estructura militar, quedó la duda de qué grupos se estaban formando en las comunidades indígenas.

Ahora le toca responder a Leonidas Iza, y a quienes lo secundaron en la protesta violenta, por los daños y las pérdidas causadas, aunque nieguen ser los autores.

Aunque el paro haya concluido, nada garantiza que nuevas acciones y el vandalismo de incipientes guerrillas vuelvan a sembrar el caos y la conmoción social en el país, amparándose en protestas sociales legítimas. Los cuerpos de seguridad del Estado no pueden quedarse quietos ante las claras señales de que hay grupos armados, preparados para sembrar el terror en los ciudadanos.