Rosa Torres: ¿Constitución a medida?
El pueblo debe reflexionar si el problema está realmente en la Constitución o en los pésimos gobernantes
El próximo 16 de noviembre, los ecuatorianos volveremos a las urnas. Entre las preguntas del referéndum, una destaca por su peso histórico: ¿queremos o no una Asamblea Constituyente? No es una cuestión menor. Obliga a pensar si el problema del país está en las leyes o en quienes las aplican. ¿Han sido tan malas nuestras veinte constituciones, o han sido, más bien, los malos gobiernos los que han hecho ingobernable al Ecuador?
En casi dos siglos de vida republicana, Ecuador se apresta a redactar su Constitución número veintiuno. Mientras tanto, Perú y Colombia, con instituciones más sólidas y trayectorias políticas más estables, solo han tenido doce y diez constituciones, respectivamente. Y si miramos más lejos, Estados Unidos sigue regido, tras 249 años, por la misma Constitución. Una que ha resistido guerras, crisis y transformaciones sociales, adaptándose con enmiendas, pero sin perder su esencia.
El contraste es brutal. Aquí, cada década parece surgir la necesidad de “refundar” el país, como si cambiar de Constitución fuera la solución mágica a nuestros males. Pero la pregunta es inevitable: ¿de verdad necesitamos una nueva Carta Magna, o simplemente gobernantes que respeten la actual?
La Constitución vigente ofrece mecanismos para reformarse de manera democrática y popular. No hace falta derrumbarla entera cada vez que un líder decide reinventar la República a su antojo. Sin embargo, una y otra vez, nuestros políticos han preferido moldear la ley a sus intereses, bajo el disfraz de la “renovación institucional”. Cada intento de empezar de cero parece más una huida hacia adelante que un acto de responsabilidad política.
Si el país quiere una Constitución que dure —una que no se reescriba al ritmo de cada crisis—, el camino no pasa por una Asamblea dominada por partidos, cuotas y cálculos electorales. Pasa por el rigor técnico, por el trabajo de constitucionalistas independientes, con prestigio y visión de Estado. Gente capaz de aprender de los errores del pasado y redactar una norma que sirva a todos, no al poder de turno.
Una Constitución no puede ser un traje a la medida del gobernante de moda. Debe ser el cimiento firme sobre el cual se construya la estabilidad nacional. Si queremos una Carta Magna que dure cien años, debemos empezar por algo mucho más sencillo y más difícil a la vez: cumplirla.