Rosa Torres Gorostiza | Un país de mafias y mafiosos

El Ecuador está lleno de mafias: unas visibles y violentas, otras silenciosas y técnicas.
En Ecuador ya no se puede hablar de criminalidad únicamente en términos de robos callejeros o extorsiones en los barrios con los mal llamados vacunadores. La inseguridad no se manifiesta solo con armas en mano, sino también con trajes y cargos públicos. Las mafias están por todas partes y no todas se esconden: algunas se pasean con impunidad por oficinas del Estado, ministerios, municipios y hospitales. Y lo más grave es que, lejos de ser casos aislados, forman parte de un sistema profundamente corroído, que los políticos no dan muestras de querer cambiar porque son parte del engranaje delictivo.
No hay mucha diferencia entre el ladrón que arrancha un celular en un semáforo y el funcionario que exige un porcentaje para entregar un contrato o pagar una factura. El uno actúa en la calle, el otro desde un escritorio, pero ambos empujan al país hacia el abismo. Los hospitales públicos, donde deberían salvarse vidas, se han convertido en centros de tráfico de influencias, sobreprecios y contratos fraudulentos. Lo mismo ocurre en el IESS, donde la corrupción impacta directamente en la salud y pensiones de los ciudadanos. Quien roba recursos destinados a la atención médica es tan delincuente como quien asalta una farmacia.
A eso se suman los cobros por ocupar cargos públicos, una práctica mafiosa que convierte al servicio civil en una red de favores y deudas, donde la ética no tiene cabida. No se accede por mérito, sino por pago, lo que alimenta una burocracia incompetente y cómplice. Y detrás de todo esto operan los grandes grupos delictivos: los que protegen rutas del narcotráfico, los que arman a los sicarios, los que extraen oro ilegal y arrasan con los recursos naturales del país. Son estos grupos los que hoy dictan reglas en vastos territorios, con impunidad.
El Ecuador está lleno de mafias: unas visibles y violentas, otras silenciosas y técnicas. Todas, sin excepción, contribuyen a la misma tragedia nacional: la pobreza, el desempleo, el miedo, la falta de futuro. Decir que la corrupción es estructural ya no es una excusa, es una advertencia. Si no se rompe con este sistema mafioso en todos sus niveles, no habrá reforma, ni pacto, ni gobierno que alcance. Porque las mafias no solo matan: también gobiernan, saquean y empobrecen.