Rosa Torres Gorostiza | Ecuador atrapado en sus propias vías
El tráfico se dispara, los tiempos se duplican y la frustración se vuelve rutina diaria
Los municipios del país siguen repitiendo los mismos errores, como si el tiempo no hubiera demostrado que la improvisación cuesta vidas. La planificación vial y la señalética siguen siendo tareas postergadas y tratadas como asuntos secundarios. El resultado está a la vista: calles y carreteras que terminan convertidas en trampas mortales, escenarios donde cada día se juega una ruleta rusa frente al volante. La falta de visión municipal no solo colapsa la movilidad, también profundiza la inseguridad vial en todo el Ecuador.
Guayaquil es hoy el ejemplo más estridente de este fracaso. El caos vial es insoportable y no se limita a la ciudad: se expande hacia las vías que conectan con Daule, Salitre, Samborondón y Durán. La razón es evidente: no se han hecho las obras necesarias para garantizar seguridad ni fluidez. Se construyen nuevas urbanizaciones, se venden miles de viviendas y se autorizan proyectos gigantescos sin prever cómo se moverán esas decenas de miles de habitantes adicionales. El tráfico se dispara, los tiempos se duplican y la frustración se vuelve rutina diaria.
El tormento, además, se agrava cada diciembre, cuando los municipios deciden -como si fuera tradición- reparar juntas de puentes, limpiar canales o asfaltar tramos críticos. ¿Por qué siempre en el mes de mayor circulación? La respuesta parece ser una mezcla de indiferencia y mala planificación, una combinación dañina que se repite año tras año.
Lo más preocupante es que las ciudades no solo crecen en población, sino también en territorio, en urbanizaciones privadas, en centros comerciales, en actividades económicas. Sin embargo, las medidas para evitar que ese crecimiento termine en una congestión permanente no se toman con la urgencia debida. Falta orden, falta prioridad técnica y falta entender que la movilidad es parte esencial de la calidad de vida.
Mientras los municipios sigan actuando como administradores de emergencia y no como planificadores del futuro, seguiremos atrapados en este país, donde las vías avanzan más lento que sus ciudades, y donde la falta de prevención se convierte en otro obstáculo para vivir con dignidad.