Jiménez y Saquicela se merecen

Ahora el ministro de gobierno se dispone a mantener un diálogo “franco, honesto, transparente, responsable” con el factótum del golpe de Estado. Allá él
El momento político que vive el país se caracteriza por la corrupción del lenguaje público hasta los límites de la más completa banalidad. Si se entiende el arte de la palabra como la capacidad de poner en claro una opinión, como simplificaba Karl Kraus, se verá que la política ecuatoriana se divide entre aquellos personajes que carecen de las herramientas verbales para expresar ninguna en absoluto (ocurre con la mitad de asambleístas, que son unos borricos), y aquellos otros que, adoleciendo de esa misma incapacidad, han sabido convertirla en una virtud que les permite poner de manifiesto no una sino todas las opiniones al mismo tiempo, mejor si son opuestas y contradictorias. Esos son los que llegan a ministros de Gobierno o presidentes de la Asamblea Nacional. Por la jeta.
No se trata, pues, de una casualidad: si algún documento representa ese estado de corrupción del lenguaje en su extremo más abyecto y miserable; si alguna constancia quedará para las futuras generaciones sobre la mediocridad y el oportunismo que campeó a sus anchas en los despachos ministeriales y parlamentarios de esta tercera década del siglo XXI; si alguna prueba, en fin, dará cuenta de la postración moral de nuestra política expresada en el lenguaje, es la que recoge la correspondencia entre dos de los más conspicuos representantes de nuestra élite política: Virgilio Saquicela y Francisco Jiménez, nacidos como Eloísa y San Bernardo para escribirse hasta la eternidad el uno al otro, reunirse el uno con el otro, sentarse el uno al lado del otro y plantear agendas conjuntas, hacer listas de prioridades, asegurar sus mutuos compromisos, emprender acciones y siempre reiterar sus convencimientos de diálogo y colaboración y hacerlo enfáticamente, faltaba más. Enfáticamente porque si no, no vale.
Maravillosa carta la de Saquicela. En ella expresa públicamente su empeño de propiciar un diálogo de franca distensión que les permita hallar un marco previo que garantice las premisas mínimas que faciliten crear los resortes que impulsen un punto de partida sólido y capaz donde establecer las bases de un tratado de colaboración que contribuya a poner los cimientos de una plataforma donde edificar una colaboración política estable y duradera. ¿Para qué? Para que el gobierno no les vete las leyes, dice.
Emotiva la respuesta de Jiménez, con su disposición para “fomentar y propiciar un diálogo franco, honesto, transparente, responsable y sobre todo con resultados”. El ministro se caracteriza por no tener ninguna idea, ninguna en absoluto, pero ser un maestro a la hora de expresarla. Ahora, con ese cerebro vacío y esa boca llena que Dios le ha dado, se dispone a sentarse con el factótum del golpe de Estado, el que no ha movido un dedo para explicar cómo manipularon los votos electrónicos de la Asamblea con el fin de tumbar al presidente, el bien mandado y siempre dispuesto a lamer los pies que le patean hasta el extremo de condecorar a Pierina Correa por permitir que la infraestructura deportiva termine de derrumbarse... Sentarse con él para mantener un diálogo “franco, honesto, transparente, responsable y sobre todo con resultados”. Tanto buen rollito pone el fraude en evidencia. Semejante afectación sólo puede conducir a tragedias aún peores. Porque “la vida -pronosticaba Karl Kraus- hará de la afectación añicos”.