Roberto Aguilar | Teoría de lo normal y lo monstruoso

En el partido correísta “no hay espacio para los abusadores”, aunque lo haya, y de sobra, para rateros y narcotraficantes
El código penal del partido correísta ecuatoriano se reduce a dos artículos: en el primero se tipifica el delito de violación de menores como “uno de los más despreciables” y se establece la pena de ostracismo para quien sea acusado de cometerlo.
Todos los demás delitos y crímenes conocidos y por conocer caben en el artículo 2: teoría y práctica del lawfare.
¿Peculado? Lawfare. ¿Cohecho? Lawfare. ¿Soborno? Lawfare. ¿Prevaricación, manipulación de la justicia, abuso de poder? Lawfare. ¿Conspiración, asociación para delinquir, pertenencia a bandas criminales? Lawfare.
Manual de instrucciones para desmontar al correísmo.
- Paso primero y único: acúsese de violación de menores a sus principales líderes (conveniente y significativamente de sexo masculino en esta organización totémica de machos alfa) y siéntese a contemplar cómo son expulsados uno a uno.
El partido terminará desvaneciéndose en el aire como el canguro aquel de los dibujos animados que se escondía en su propia bolsa y desaparecía.
Hasta aquí las enseñanzas del último comunicado público de la bancada parlamentaria de la Revolución Ciudadana, fechado el martes 8 de julio.
En él se reitera que, en el partido correísta ecuatoriano, “no hay espacio para los abusadores”, aunque lo haya, y de sobra, para rateros y narcotraficantes: eso le consta a todo el mundo.
Bueno, para abusadores también, nomás depende de su proyección pública: si el violador es el padre del número dos, se lo protege; si es un gorila de la Senain promovido a asambleísta alterno para llenar una papeleta y ascendido a principal por una carambola del destino, se lo expulsa. Ese, precisamente, es el caso Santiago Díaz, a quien acaban de echar del partido con una patada en el trasero por haber sido acusado de violar a una niña de 12 años.
Su ostensible proximidad al expresidente prófugo proviene, precisamente, de su condición de gorila: a cuatro pelos le gustan rudos y no deliberantes, y esta decisión lo tiene descontento y con la boca cerrada; es un milagro.
El comunicado de marras no tiene desperdicio. Empieza por anunciar la expulsión de Díaz “ante la grave denuncia que circula en redes sociales”. Vaya manera de ponerse en evidencia. Porque no es que la denuncia circule en redes sociales sino que fue presentada ante la Fiscalía, aunque ese detalle les importe menos. Lo realmente terrible, más terrible que la violación incluso, es que se hable de ella.
Queda claro en la primera línea del comunicado que esta es una expulsión para la galería.
“Frente a la sola sospecha de un acto monstruoso -dicen más abajo- no hay espacio para la indiferencia”. Ni para la presunción de inocencia, se entiende. Para el resto de delitos, en cambio, ni las certezas alcanzan, no se diga las sospechas. Ni las sentencias ejecutoriadas, vaya. Porque claro, traicionar la fe pública, llenarse los bolsillos con la plata de todos, chapotear como cerdos en el barro de la tragedia, donde las víctimas de un terremoto lloran la desgracia de haberlo perdido todo y… ¡robarles! Eso, desde luego, no es monstruoso. En el partido correísta ecuatoriano eso es perfectamente normal y hasta deseable. Lo dice el artículo 2 de su código penal.