Roberto Aguilar | Petro, cascarón con el interior podrido

Habla de los ecuatorianos como “habitantes de la Gran Colombia” con el desparpajo con el que Trump se refiere a Canadá...
No es una casualidad que, hablando de Gustavo Petro en un monólogo de hace tres meses, la escritora colombiana Carolina Sanín citara el canto XXXIII del Infierno de Dante, donde se describe el castigo de quienes traicionan la hospitalidad. Situados en el círculo noveno, el más profundo del infierno, sus almas están condenadas antes de la muerte de sus cuerpos (un caso único en toda la Divina Comedia, así de grave consideraba Dante el delito de la traición a la hospitalidad) y vagan por las tinieblas llorando lágrimas incapaces de brotar, porque se les congelan en los ojos, y terminan vertiéndose hacia sus entrañas.
Nada podía resultar más ajustado al papel que desempeñó el presidente colombiano en la investidura de Daniel Noboa, a la que acudió en calidad de invitado especial, que ese pasaje de Dante. Grosero traidor a la hospitalidad, Gustavo Petro parecía un condenado en vivo experimentando su propio y personal infierno mientras duró la ceremonia. Nomás había que verle la cara de fastidio, el lenguaje corporal de quien estuviera atacado por una úlcera, el indisimulado desprecio por todo cuanto le rodeaba, por no hablar de las inconvenientes declaraciones que despachó a la salida y el aún más impertinente batiburrillo de ideas que difundió en su red social desde el recinto mismo de la investidura, en el que ponía en duda la propia legitimidad del presidente que estaba a punto de rendir juramento. Majadería tan intolerable rara vez se ha visto en un mandatario en visita oficial. Como si su objetivo hubiera sido, precisamente, quitarle la dignidad a la ceremonia. ¿Visita oficial? Cascarón de visita. Cascarón con el interior podrido, como podrida tiene Gustavo Petro su alma.
Nada tiene que envidiar el presidente colombiano al mandamás que él tanto deplora y tanto se le parece, Donald Trump. Llega Gustavo Petro al Ecuador (¡como invitado oficial!) como quien llega a una provincia de sus propios dominios, a dar lecciones de ética y de democracia. Habla de los ecuatorianos como “habitantes de la Gran Colombia” con el mismo desparpajo con el que Trump se refiere a Canadá como el quincuagésimo tercer estado de la unión americana y asume él, quién más sino él, la representación de ese conglomerado que sólo existe en sus delirios, la Gran Colombia. Hay que leer su mensaje de ese día, irrespetuoso chorro de babosadas sin sentido, vómito tóxico que pretende imponernos la sinrazón como lenguaje de las relaciones internacionales. “Como presidente de Colombia -dice por ejemplo- he solicitado a los pueblos de nuestros países antiguamente grancolombianos, rehacer el gran proyecto de Bolívar, bajo las condiciones del siglo XXI”. ¿Qué diantres se supone que ha de significar semejante despropósito? ¿Qué significa rehacer la Gran Colombia bajo las condiciones del siglo XXI? ¿Tenemos que someternos los ecuatorianos a escuchar o leer palabras que nada significan y, por si fuera poco, atribuir a Petro, en virtud de esas palabras, el derecho a juzgar nuestro sistema de justicia, nuestros procedimientos electorales, la legitimidad de nuestros mandatarios?
Al presidente Petro no le basta con compararnos con Venezuela, donde el fraude electoral está plenamente documentado y constituye el más grosero atentado contra la democracia regional en lo que va del siglo. Hemos de soportarle, además, que nos trate con ínfulas imperiales. Es más de lo que deberíamos soportar al peor de los vecinos.