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Roberto Aguilar: Niels Olsen da papaya

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En el empeño de negar el uso de la palabra a los correístas, Niels Olsen tiene solo dos alternativas: ceder o no ceder

¿Cuándo se dignará Niels Olsen, presidente de la Asamblea Nacional (dicen que por su bonita cara), conceder la palabra a los integrantes de la abominable bancada correísta? ¿Cuando empiecen a debatirse las primeras leyes? ¿Cuando se discuta el proyecto económico urgente que remitió su jefe, el presidente Daniel Noboa, y que de económico urgente no tiene nada? ¿Cuando finalmente alguien apele la presidencia y él se vea obligado, por procedimiento (salvo que decida pasárselo por el forro, lo cual es bien probable), a conceder la palabra al demandante? Una cosa es cierta: tarde o temprano tendrá que hacerlo, tendrá que conceder la palabra a un representante de la abominable bancada correísta (sin ninguna ironía: es abominable) y ese día, cuando tal cosa ocurra, será noticia. Este simple hecho demuestra que Niels Olsen lo está haciendo todo mal. Ignorante absoluto de las dinámicas parlamentarias, pasa por alto el más elemental de los principios: no hay que dar papaya. Y a los correístas, menos que a nadie.

Este disparate tiene un antecedente: el caso de la presidenta Gabriela Rivadeneira y el legislador Cléver Jiménez. Durante un año o poco más, la correísta se negó sistemáticamente a conceder la palabra al entonces asambleísta de oposición. Todos los días Jiménez pedía intervenir (a veces por joder, nomás para ver qué hacían) y todos los días Rivadeneira lo ignoraba. Su éxito (el de ambos) consistió en jamás haber dado su mano a torcer. Esta estrategia de ley del hielo, ¿es posible aplicársela a una bancada entera? Eso es lo que parece haberse propuesto Niels Olsen. En ese empeño, tiene solo dos alternativas: ceder o no ceder. Si lo primero, quedará como pelmazo; si lo segundo, como un bárbaro aprendiz de tiranito. Porque si la única manera de combatir a los correístas es comportarse como ellos, entonces los correístas ya ganaron y Olsen no hace otra cosa que ratificarlo.

“Usted sabe que el presidente da la palabra y son los que tienen los votos los que ganan”: la justificación del oficialista Steven Ordóñez (decir que es un asambleísta reelecto, aunque nadie sea capaz de identificarlo, solo sirve para recalcar su abrumadora insignificancia) es una penosa proclamación de la vaciedad conceptual de la bancada de gobierno, vaciedad que Niels Olsen se ha propuesto personificar cándidamente. ¿Es ilegal lo que está haciendo? En absoluto: ciertamente, es el presidente de la Asamblea el que decide a quién conceder la palabra y a quién negársela. Pero, más allá de esa formalidad, resulta que la razón de ser de esta institución que llamamos parlamento y que constituye el corazón palpitante de la democracia, no es otra que encarnar en su seno la convivencia de los contrarios, ser el lugar donde los diferentes se encuentran y son capaces, cabalmente, de parlamentar.

En el instante en que se escriben estas líneas, la nueva Asamblea lleva tres días sesionando y ningún abominable correísta ha tenido la oportunidad de hablar, a pesar de haberlo solicitado a gritos.

Un poder legislativo manejado de forma semejante será muy útil para garantizarle al Ejecutivo un margen de gobernabilidad pero, en cuanto a Asamblea, no sirve para nada. Niels Olsen estará bonito, pero no entiende un carajo.