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Roberto Aguilar | Mezquindad constituyente

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Noboa dio la primera pista sobre su constitución soñada: es una que refuerza aun más el hiperpresidencialismo

En el principio eran unas leyes económicas urgentes que incumplían todos los requisitos que les impone la ley; una Corte Constitucional que las anuló (las declaró inconstitucionales y las expulsó del ordenamiento jurídico) para evitar los funestos precedentes que semejantes mamotretos hubieran establecido en la jurisprudencia; y un presidente de la República enojado porque cree que a él nadie (ni la ley: especialmente no la ley) le impone requisitos. De ahí, de esa chapuza jurídica, ese acto de control constitucional y esa calentura presidencial proviene, no hay que olvidarlo, la aventura constituyente en la que estamos embarcados sin retorno y que tiene altísimas probabilidades de terminar mal.

“¿Por qué tanta prisa con la Constituyente?”, le preguntaron esta semana al presidente en la radio que se compró uno de sus asambleístas con la plata que no tenía. “Porque no nos dejaban hacer nada”, gimoteó él (para eso se compró esa radio su asambleísta: para que el presidente gimotee a sus anchas): “La Corte Constitucional nos paraba todos los cambios que queríamos hacer”. Por “todos los cambios que queríamos hacer” entiéndase esas dos leyes chapuceras.

No sorprende a nadie, pues, que al ser interrogado sobre el contenido de esa nueva constitución que (supuestamente) tiene en mente, lo primero que se le ocurre contestar al presidente (luego de muchas evasivas y dilaciones y pretextos del tipo primero-hay-que-ponerse-las-medias-y-luego-los-zapatos), la primera idea que se le viene a la cabeza es que en esa nueva constitución se va a eliminar la Corte Constitucional para reemplazarla con una sala constitucional adscrita a la Corte Nacional de Justicia. Corte Nacional de Justicia que ya controla a través del tristísimo José Suing, y cuyos jueces están sujetos al control disciplinario del Consejo de la Judicatura que el presidente controla aun más bonito, y que piensa utilizar como herramienta para declarar en emergencia todo el aparato de justicia con el fin de franquearse la posibilidad de nombrar y destituir jueces a dedo.

Se dirá: estamos hablando de una nueva constitución. Una nueva constitución trasciende las coyunturas políticas actuales, los pepitos suings y los maritos godoyes con su pandilla, y traza un proyecto de país para el futuro, con la esperanza de durar por muchos años. Pues bueno, eso hay que decírselo al presidente, que es el que no mira más allá de sus narices (y sus narices terminan ahí donde concluye su mandato) y está empeñado en crear un sistema en el que la presidencia de la República se libere del control constitucional mediante el eficaz procedimiento de controlar a los controladores. Y ese control de los controladores ya sabemos cómo se ejerce.

Así que ya tenemos dos claras pistas de cómo es la constitución soñada por Daniel Noboa. En primer lugar, es una que refuerza aún más el hiperpresidencialismo diseñado en Montecristi (Rafael Correa debe estar encantado) gracias a la eliminación del órgano que le pone límites a su poder: la Corte Constitucional. En segundo lugar, es una constitución que necesariamente durará poco tiempo: el mismo presidente la está pensando en función de pepitos suings y maritos godoyes y mezquinos calculitos de paupérrimas agendas.