Roberto Aguilar | Ahora Noboa es John F. Kennedy

La agresión a la caravana presidencial es un delito que debe sancionarse con cárcel
Mientras Michele Sensi-Contugi y su factótum José Julio Neira andan ocupados haciendo allanar las casas de los canillitas, el heroico presidente de la República escapa milagrosamente con vida de una tentativa de magnicidio que le tendieron los más siniestros terroristas en el más inesperado de los lugares: el corazón de las movilizaciones indígenas en la provincia de Cañar. ¿Dónde estaba la seguridad del Estado que ni siquiera detectó la amenaza? Quizá lo que de veras necesita este gobierno es un cambio en la Secretaría de Inteligencia, porque esto ya parece chiste.
Lo que ocurrió este martes en la provincia del Cañar, donde la caravana presidencial fue agredida a pedradas en la carretera (“y obviamente balazos”, dijo la ministra Inés Manzano muy segura del adverbio, aunque eso no ha sido claramente establecido) resulta intolerable. Ningún vehículo debería ser apedreado impunemente, menos aún el de un presidente investido de legitimidad democrática como Daniel Noboa. Los autores de la agresión deben ser llevados a juicio y sancionados con prisión por tan flagrante delito. Todavía hay en este país quien se sorprende de que los principales sospechosos hayan sido detenidos: “represión, represión”, lloran los que lanzan piedras cuando les caen encima los gases lacrimógenos, siempre listos para victimizarse, como si todo uso de la fuerza policial fuera un exceso. Y no lo es: si el Estado detenta el monopolio de la violencia legítima es para usarla. Especialmente en circunstancias como esta.
Mientras tanto, los pseudomedios de comunicación del oficialismo (en realidad agencias de publicidad disfrazadas de empresas periodísticas al servicio del Gobierno) han empezado ya a forjar la leyenda. Una imagen de inteligencia artificial muestra al presidente de la República, con casco y chaleco antibalas, sujetándose las gafas y encabezando un piquete de militares que llevan las armas en ristre mientras se lanzan a la carrera entre el humo y la metralla enemiga. Tal cual. “La escena recordaba a Dallas, 1963”, dice el fantasioso texto que acompaña a la ficticia imagen, comparando lo ocurrido con el asesinato de John F. Kennedy. Lo que podía haber hecho Rafael Correa con el 30-S si hubiera contado con la herramienta del chat GPT lo está haciendo ahora Daniel Noboa sin sonrojarse siquiera.
Hay que poner cada cosa en su lugar y llamarla por su nombre: la agresión a la caravana presidencial es un delito que debe sancionarse con cárcel. Y la fantasía que el Gobierno está inventando a partir de ese hecho es un fraude que debe ser denunciado de inmediato, antes de que se pretenda usarlo para justificar quién sabe qué barbaridades. El ejemplo del 30-S no es gratuito: este país ya pasó por ahí. Porque vamos a ver: ¿estamos seguros de que hubo un atentado terrorista o fue más bien la reacción, no por intolerable menos predecible, de una turba irracional de violentos escudados en la multitud? ¿Esperaba algo distinto el presidente al atravesar con sus vehículos una carretera tomada por manifestantes? El hecho de que la agresión sea injustificable no debe impedirnos hacer una lectura política desapasionada de los hechos.