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Ricardo Arques | Sicariato contra el fútbol

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El fútbol se encarna en paralelo con la realidad y con los sueños, inculca valores

No luce muy acertado escribir sobre fútbol en las circunstancias que vive el país. El asesinato del fiscal César Suárez demuestra en plenitud la evidencia de que la guerra será larga y su intensidad cruenta. Descanse en paz y con honores el fiscal Suárez, muerto como héroe de la patria. En plena vorágine de dolor y espanto por el crimen, en medio de esta lacra de terror que atenaza la vida nacional, conocemos también manchas en nuestro fútbol: afloran denuncias sobre mafias que amañan partidos del campeonato. Al fútbol, guste o no, hay que reconocerle su enorme transcendencia, la del mayor espectáculo de masas en la historia del planeta. El fútbol es la quintaesencia de lo universal. En el caben los borregos, los intelectuales, los aristócratas y los mendigos. Entran también todos los géneros, las ideologías, las geografías y el total de los credos. No es frívolo, en consecuencia, apelar a él para defenderlo. El talentoso escritor mexicano Juan Villoro, fanático del balón más que de las palabras, define la magnitud del fenómeno con una fantástica comparación que viene a significar esto: el fútbol congrega a más afiliados que la ONU, y además a su órgano rector, la FIFA, le hacen caso. Otro insigne latinoamericano, el tristemente fallecido Eduardo Galeano, colgaba este cartel a la puerta de su oficina durante los partidos de su equipo y de su selección: Cerrado por fútbol. Todo da cuenta de lo majestuoso del fútbol, grandioso entre lo grande porque se agarra a la pasión, la emoción y el sentimiento, los pilares donde se teje el alma. Sin distinción de condiciones sociales nos hacen felices los triunfos de nuestro equipo igual que las grandes gestas de la Tri. Es indiscutible el orgullo que se siente en Ecuador con la legión de futbolistas nacionales que triunfan en los principales campeonatos extranjeros. Resulta indecente que, como se presume, se apañen partidos por los intereses espurios de los inescrupulosos que otra vez, por el lado del deporte también, se empecinan en dañarlo todo. El fútbol se encarna en paralelo con la realidad y con los sueños, inculca valores. Sirve como una escuela de calle donde la primera lección enseña, y se instala de por vida, que no existen metas sin esfuerzo individual y colectivo. Trampear partidos es un delito penal, pero mayor es el daño moral que causa en una sociedad tan doliente como la nuestra, muy necesitada de nobles referentes y de distracciones limpias que amortigüen su congoja por la inseguridad que le asola.