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Ratatouille de biblioteca

Espero que no sea una lata oxidada; pero incluso si lo es, siempre terminamos sacando algo que nos nutre o nos interesa. Hasta las latas oxidadas sirven para algo.

Siempre me he preguntado si se puede tener un momento ‘Ratatouille’ con un libro. He desgastado, subrayado, manchado y estornudado en las páginas de mi edición de El Conde de Montecristo, de tanto leerla. Le he dado tres vueltas a Cien años de Soledad y cuatro a El Amor en los Tiempos del Cólera. Se me hace difícil encontrar algo tan completo (y me rebelo contra ello) como La Piel del Tambor, de Pérez Reverte; La Divina Comedia me la robó mi hermano con premeditación, alevosía y aprovechando la noche... espero que él muera antes que yo y lo primero que voy a hacer antes de que se enfríe el cadáver es recuperarla. Tengo a Ken Follet hasta de pisapapeles, y una lucha perenne con Dickens. Ruiz Zafón, Javier Marías, Savater y Asimov están coqueteando con Yourcenar, Tolkien y hasta con Calvin & Hobbes; compitiendo acaloradamente con Stephen King. Murakami, por su parte (que levanta rumores de Nobel, pero que no quiere premios porque eso significaría que estaría acabado) me llega por caminos tan raros como ‘De qué hablo cuando hablo de correr’. Y obviamente, El Principito está a la mano siempre. Y muchos se me quedan sin nombrar.

Tengo mis ‘guilty pleasures’ también. George R. R. Martin me debe dos libros todavía (dejé de ver la serie el minuto que ya no estaba escrita en los libros); Lee Child, con sus ‘bestsellers’ de Jack Reacher me obliga a ordenarlos antes de que salgan a la venta. Y he pasado por los altibajos de Grisham, pero sigo allí. Mientras Clancy y Crichton merecen todo el espacio y el respeto que se les pueda dar.

Tengo mi nicho, además, al que acudo más por información. He leído mucho sobre maratones y ultramaratones, y he terminado encontrando, en ese universo que a veces puede parecer estéril, destellos fabulosos como ‘Nacidos para correr’ de McDougall... No hay que ser un corredor para apreciar algo como eso.

Este año se cumplen 30 de la publicación de ‘American Psycho’, de Bret Easton Ellis, y el debate rampante es si una novela tan violenta, degradante y denigrante pudiese ser publicada hoy. He de confesar que ese ha sido el único libro que decidí -’motu proprio’- no terminar de leer. Creo que hoy debería darle otra oportunidad, pero solo pensarlo me repugna... sin embargo, la repugnancia -en estos menesteres- coquetea.

Y de repente, en esperas largas en aeropuertos o eternas búsquedas de reseñas en internet, terminas encontrando una joya, por pura casualidad. Confieso que con frecuencia pasa también que esa joya resulta ser una lata oxidada, pero así funciona esto al final del día.

Tengo mis profundas faltas y mis criticables carencias; pese a haber leído todo (o casi todo) Shakespeare, poco he leído de Borges, jamás he leído el Quijote y Hemingway me aburre.

En fin, volviendo a la pregunta inicial de si se puede tener un momento ‘Ratatouille’ con un libro, creería que no, porque ello implicaría volver a un recuerdo (efecto que suelen producir los aromas y la música) y no descubrir algo nuevo. Lo que sí creo que puede suceder cuando descubrimos un autor que nos mueve, es preguntarnos ¿dónde has estado toda mi vida?

Hoy abro un libro cuya portada brilla como joya: ‘Exhalation’ de Ted Chiang. Espero que no sea una lata oxidada; pero incluso si lo es, siempre terminamos sacando algo que nos nutre o nos interesa. Hasta las latas oxidadas sirven para algo.