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206 huesos a veces son demaciado (sic)

(Nota final: ese “o sea” probablemente hubiese necesitado llevar 206 huesos soldados a la palabra, si lo hubiese escrito uno de estos nuevos genios).

Me parece sumamente curioso y divertido aquello de que con el desarrollo de las redes sociales nos hemos llenado, casi de la noche a la mañana, de ‘influencers’, nutricionistas, ‘life coaches’, entrenadores... y expertos en temas de salud, familia, mascotas y relaciones (públicas, amorosas e interpersonales). Lo cual, considerado por sí solo, no está nada mal; pero cuando empezamos a romper la superficie para ver qué hay debajo, encontramos fácilmente insensatez, irresponsabilidad y hasta peligro (y, con absoluta seguridad, faltas de ortografía).

El requisito fundamental para que alguien se considere un experto, coach o entrenador, prácticamente ha desaparecido; no solo porque lo indiscriminado y abierto de las RR. SS. permiten que cualquiera se autoproclame ‘Pro’ y lo publique al mundo ex cátedra desde su plataforma preferida, sino porque la vorágine en que se desarrollan admite hoy fácilmente que la gente se certifique con cursos exprés, que muchas veces no pasan de ser algo superficial (todo es negocio, finalmente).

Umberto Eco sostenía con pasión que “admitiendo que sobre 7.000 millones de habitantes del planeta hay una dosis inevitable de imbéciles, muchísimos de ellos una vez comunicaban sus desvaríos a los íntimos o a los amigos del bar -y así sus opiniones quedaban en un círculo reducido-. Ahora, una importante cantidad de estas personas tiene la posibilidad de expresar sus propias opiniones en las redes sociales. Por lo que estas opiniones alcanzan a audiencias enormes, y se confunden con muchas otras expresadas por personas razonables”. Y añadía: “La televisión ha promovido al tonto del pueblo, con respecto al cual el espectador se siente superior. El drama de internet es que ha promocionado al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”... “En el viejo periodismo, por muy asqueroso que fuese un periódico, había un control. Pero ahora todos los que habitan el planeta, incluyendo los locos y los idiotas, tienen derecho a la palabra pública”.

Los que me conocen saben que tengo casi 25 años corriendo, he corrido algunas carreras y he leído sobre el tema todo lo que me ha caído en las manos (no es poco); y mis amigos corredores se burlan de que, a pesar de mi experiencia, no me atrevo a dar consejos. Jamás he asistido a un curso, jamás he tenido un entrenador y de ninguna manera me considero un experto. Varios me han pedido que los entrene, y (salvo tres personas por las que acepté por cariño -con ninguna terminamos el programa) nunca he entrenado a nadie. Más allá de que soy un firme creyente de que décadas practicando un deporte te dan mucha más calidad y categoría para enseñar o transmitir experiencias valiosas, que aquellas vivencias que muchos se endilgan tan fácilmente para apelar a licencias frágiles (pero que en RR. SS. venden).

La perspectiva está en que en el ejemplo anterior, estamos hablando solamente de correr... nada más. Imagínense la gente que se ha convertido súbitamente en ‘life-coaches’... O sea: ¡para toda la vida y en todos sus aspectos!

(Nota final: ese “o sea” probablemente hubiese necesitado llevar 206 huesos soldados a la palabra, si lo hubiese escrito uno de estos nuevos genios).