Premium

El traidor

Avatar del Paúl Palacios

La obsesión por el poder no transforma a las personas, solo las despoja de sus ropajes y apariencias

Accedió al poder por su habilidad de situarse en el lugar apropiado para recibir de herencia el legado. Durante su mandato se cuidó de no aparecer como nepotista, aunque sostuvo su poder en los hombros de sus hijos putativos, algunos de ellos vilipendiados por la vindicta pública.

Durante su mandato, siempre detentó el poder, unas veces a la sombra y otras veces a la luz, construyendo intrigas, manejando los hilos, y haciendo parecer a sus devotos que por su intermedio se lograba la redención.

Buscó mediante alianzas políticas mantener en vigencia su nombre, sin ningún otro propósito que su enfermizo conspirar contra cualquier poder que se presentara a desafiarlo.

No le costó el sueño traicionar a su ideología y mística propuesta, si de salvarse se trataba, y de matizar sus procederes con la túnica del camaleón para hacer de sus serviles y obedientes, instrumento de sus propósitos.

En el clímax de su poder, llevó a su casa a la destrucción moral, con tal de no permitir que otro lo suceda con mejores dotes, o se termine sabiendo de sus pecados; pecados que por cierto siempre se los endilgó a otros.

Como diría Maquiavelo en El Príncipe, cuando trataba sobre cómo debe guardar el príncipe la fe jurada, fue capaz de aparentar todas las virtudes en la fachada, y por las circunstancias violarlas todas.

Para evaluarlo no se requirió ir a los tribunales, porque fue tan aborrecedora su manera de proceder, que terminó sepultado en la historia.

Me refiero al papa Alejandro VI. De los ilustres personajes de su época, quizá este fue el más hábil urdidor de tramas, constructor de maldades y aparentador de santidad. Algo sin embargo es admirable en este personaje: la gran preocupación por su familia, buscando que sus bienes descansen en su posesión. La historia se encargó de cobrarle en la persona de una de sus hijas, Lucrecia, sus excesos.

Estos personajes siempre terminan pagando sus cuentas. La historia está repleta de gente que llegó a la cima, unas por respeto de la comunidad, otras por la fuerza, o por diversas razones, pero traicionaron sus convicciones por miedo o por poder.