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El pecho adorna al vestido

Avatar del Paúl Palacios

A esas FF. AA. se les eliminó la posibilidad de hacer inspecciones de seguridad personal, con lo cual se las expuso a la infiltración que hoy las amenaza

Las FF. AA. vienen recibiendo una serie de ataques de diversos sectores. Los ataques se incrementaron cuando en circunstancias aún no esclarecidas se inutilizó la estación de radar del cerro Montecristi, y luego, con los trágicos incidentes del recinto penitenciario de Guayaquil, cuando los soldados que cuidaban la periferia no penetraron al interior de la cárcel por interpretación de la ley por parte de la Corte Constitucional.

Ya años atrás se intentó fracturar a la institución generando animadversión entre el personal de tropa y la oficialidad, pues se sabía que la eficiencia de un cuerpo armado parte de su principio de verticalidad. Se intentó también buscar su politización, cuando un alto funcionario de un gobierno de la década pasada procuró que nuestras FF. AA. sean estructuradas como las venezolanas, lo cual no prosperó porque un alto oficial infante de marina lo impidió.

Esas FF. AA. que algunos atacan, procurando culpar de los problemas que hemos originado los civiles con nuestra incompetencia para gobernar este país, son las mismas que nos llenaron de orgullo en el Cenepa, sin pedir otra cosa que respeto. Esas FF. AA. que por ahí alguien cuestiona en su profesionalismo, son las mismas que como último recurso se volcaron a resolver la logística en el terremoto de 2016. Esas mismas FF. AA. han impedido que este país caiga en manos extremistas como en octubre de 2019, aunque pocos saben que tenían provisiones de alimentos para tan solo un día más en Quito. Esas FF. AA., cuando inició el confinamiento, no tenían baterías ni aceite para sus vehículos, y fue el sector privado quien tuvo que proveerlos, pues a ese punto había llegado su desatención. A esas FF. AA. se les eliminó la posibilidad de hacer inspecciones de seguridad personal, con lo cual se las expuso a la infiltración que hoy las amenaza.

Cualquiera que pague impuestos, extranjero o no, puede decir lo que desee en uso de su derecho a la libre expresión, pero que nadie se aproveche del silencio prudente de quien, como diría Calderón de la Barca, no adorna el vestido al pecho, sino que el pecho adorna al vestido.