Paúl E. Palacios | Koro del Camino

Hay personas que están hechas de una madera con la cual se tallan los más grandes actos de templanza y valor
Fue en un momento, como aquellos que cambian vidas; la distracción de segundos de una joven al conducir, provocó su aparatoso atropellamiento.
Había llegado a Chipre tras una peregrinación que empezó en la puerta de su casa en Donostia, ocho meses atrás, y que buscaba como destino Jerusalén. Eran miles de kilómetros dejados atrás bajo sus pies, y ya restaban solo unos cuantos. Mediaba el traslado a tierra firme en Israel, y luego unos pasos al Santo Sepulcro.
En unos minutos una ambulancia trasladaba a urgencias a una mujer de 77 años, con la esperanza de salvarle la vida. Era julio de 2024. El mundo jacobeo que seguía día a día sus pasos, quedó conmocionado. Hasta entonces se había constituido en un símbolo de templanza y determinación. Su regreso a la religión católica, para no irse de ella nunca más, sobrevino al calzarse por curiosidad los zapatos para ir al Camino de Santiago años atrás. Desde entonces, dedicó su vida a honrar a Jesús con sus pasos por la ruta jacobea, a acoger en su casa en el País Vasco a cuanto peregrino tocara su puerta por un techo o un pan.
Poco a poco, con voluntad, con más alegrías que lágrimas, Koro fue recuperando su movilidad, con la voluntad férrea de volverse a parar, volver a caminar, y quizá con el sueño de volver a peregrinar. Fueron meses duros, semanas de un paso a la vez.
En abril pasado, en Madrid, tuve la suerte de sentarme a la mesa con ella. Algunos amigos, de aquellos que la vida te presenta, habían organizado un almuerzo de peregrinos de muchos caminos, donde yo era un bisoño, y ella una celebridad.
Yo había regresado unos días antes del Camino Primitivo, andando 320 agotadores kilómetros, y ella el día anterior había permanecido 10 horas dentro de un tren detenido por el apagón español, sin chistar y haciendo bromas de la situación. Al día siguiente, llegué al lugar y me encontré con una mujer con un rostro de luz; ahí estaba Koro García Egaña, la de la fe indestructible. Hoy, cuando escribo estas letras, ella hace el Primitivo con su mochila a cuestas; ese camino que hace unos meses me maltrató las piernas a mí. ¡Qué mujer!