Mauricio Velandia | La repartición de la torta

Ecuador posee un activo silencioso que pocos recuerdan: el océano Pacífico
Algunas escenas de ficción encierran más verdad que los documentos oficiales. En la cinta cinematográfica El Padrino II (1974), mientras La Habana baila al ritmo de una inminente revolución, las familias y Michael Corleone se reparten Cuba bajo una torta con la forma física del territorio de Cuba; discretamente, sin prisa, con copas en la mano, se adjudican los pedazos de ese mapa. Es una lección geopolítica envuelta en narrativa. El verdadero poder no necesita mostrarse. Actúa mientras los demás festejan.
Esa escena se ha repetido con otras geografías. Cuando cayó el Imperio Otomano las potencias vencedoras no consultaron a los pueblos, trazaron líneas rectas sobre culturas milenarias. Siria, Irak, Palestina fueron configuradas no por necesidad política sino por apetito imperial. Fue la repartición de un pastel que aún arde en sus bordes.
Hoy, sin declaración formal, el reparto continúa. Rusia tomó Crimea, avanza sobre Ucrania, y extiende su mirada hacia los estados bálticos. China se posiciona con frialdad estratégica, siendo Taiwán su obsesión visible y África su operación silenciosa. EE.UU. ya no simula neutralidad, su alianza irrestricta con Israel y ataque a Irán ha redefinido su papel en Medio Oriente.
Europa, mientras tanto, guarda silencio. Es una potencia sin impulso, un actor que observa sin interferir, como si hubiese aceptado su condición posimperial. Frente al conflicto global, Europa no responde, no lidera, no confronta. Solo interpreta. Así se reúna en la OTAN para fijar el futuro gasto militar.
En ese escenario, América Latina permanece en el tablero, pero no en la conversación. Venezuela continúa como punto de tensión y resistencia. Colombia transita una fase de disonancia estratégica. Argentina, bajo el gobierno de Milei, ha dejado de reclamar activamente las islas Malvinas. La soberanía ya no figura entre sus prioridades declaradas. Y Ecuador… Ecuador ha elegido el silencio. Pero el silencio, aunque poderoso, es un arma de doble filo. En política internacional, el que no expresa preferencias rara vez es preferido. La ambigüedad puede ser útil durante una tormenta, pero insuficiente cuando llega el momento de las definiciones.
En la mitología griega, Prometeo entregó a los hombres el fuego robado a los dioses y fue castigado por ello. Ecuador, por el contrario, parece haber devuelto su propio fuego para no incomodar. Sin embargo, Ecuador posee un activo silencioso que pocos recuerdan: el océano Pacífico. Ese mar, que conecta con Asia y da acceso estratégico al comercio global, es una reserva de poder. Quien controla su costa no solo controla puertos, y controla relevancia. El mar, como los mapas, también se reparte. En el relato bíblico, Esaú vendió su primogenitura por un plato de lentejas. Renunció al mañana por un hambre pasajera. Un país que calla demasiado tiempo corre el riesgo de hacer lo mismo: cambiar su lugar en el mundo por la ilusión de estabilidad momentánea.
La política internacional no tolera vacíos. Lo que no se ocupa, se ocupa. Lo que no se defiende, se pierde. Lo que no se reclama, se entrega. El siglo XXI exige claridad estratégica. La irrelevancia no es neutralidad, por el contrario, es una forma pasiva de rendición.
Ecuador tiene voz, historia, mar, ubicación. Puede ser actor. Pero para eso debe hablar. Porque en este nuevo reparto, llegará el momento en que los platos estén servidos, las copas vacías, y el país -mirando desde el borde de la sala- se formule la única pregunta que nunca debe llegar tarde: ¿y quién se comió mi pedazo?
Aplica para todos los de la región.