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Mauricio Velandia | Putin, el intermediario inesperado

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Putin se convierte en ese personaje que no es héroe ni villano absoluto, sino el que abre puertas cerradas

Hoy la figura de Vladímir Putin emerge con un protagonismo inesperado. No solo como presidente de Rusia, sino como el intermediario entre China, Estados Unidos y Europa. Mientras Xi Jinping despliega misiles supersónicos en Pekín y Donald Trump se concentra en sus propias prioridades nacionales, Putin se ha convertido en el nexo incómodo pero inevitable en este triángulo de poder.

El 3 de septiembre, China celebró con pompa el 80.º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando Japón se rindió frente a China. Fue un desfile imponente, con drones submarinos, lobos robot y misiles hipersónicos. En primera fila, junto a Xi, se sentaron Kim Jong-un y Putin. El mensaje es que China no está sola. Rusia y otros países la respaldan. Europa, desde la distancia, observaba con recelo, consciente de que su propia seguridad descansa en Washington.

Días antes, Putin había viajado a Alaska para reunirse con Trump. Fue un encuentro solemne, alfombra roja incluida, que concluyó sin un alto al fuego en Ucrania, pero sí con una conclusión tácita. Putin puede sentarse con ambos bandos. Ni Xi ni Trump han cruzado aún sus miradas en un cara a cara. Entre ellos, el vecino ruso ocupa la silla vacía. Es el único que habla en las dos lenguas, que son, la del desafío militar a Occidente y la de la negociación directa con EE.UU. Europa lo sabe. Y aunque sigue viendo a EE. UU. como su escudo, también ensaya -al menos en el discurso de Macron- una “autonomía estratégica” que la acerque a China sin romper con Washington. En esa tensión, Moscú se convierte en llave maestra de la geopolítica, un antagonista, sí, pero también un mediador posible, aunque sea por cálculo y no por benevolencia.

Putin se convierte en ese personaje que no es héroe ni villano absoluto, sino el que abre puertas cerradas. Xi lo necesita para no aislarse. Trump lo necesita para negociar con Ucrania sin perder cara. Europa lo teme porque, a pesar de su paraguas estadounidense, está expuesta al vecino incómodo del este.

En economía se dice que el intermediario agrega valor al conectar oferta y demanda. En política internacional, el intermediario agrega poder, se vuelve indispensable. Esa es la nueva condición de Putin. No es el más fuerte ni el más innovador, pero es el único que puede hablar con Xi y luego cruzar el pasillo para hablar con Trump. Su voz se amplifica más que la de cualquier misil hipersónico. A la vez, Putin demuestra que sabe dónde no quemar su capital político. Mantiene un perfil bajo en la guerra entre Israel y Gaza, donde cualquier movimiento lo desgastaría sin rédito. Tampoco se expone de lleno en Venezuela. Entra en los conflictos donde su peso es decisivo y evita los que lo convertirían en comparsa. Esto no significa que Putin controle el tablero. Significa que ningún movimiento se puede hacer sin tenerlo en cuenta. Esa es su verdadera victoria. No ha derrotado a Ucrania, no ha doblegado a Europa, no ha convencido a Washington. Pero ha logrado algo igual de importante: colocarse en el centro de la mesa. Putin se ha vuelto esencial, pero también está atrapado; su economía está sancionada, depende de China y su capacidad de presión tiene fecha de caducidad.

Europa seguirá mirando a Washington, aunque murmure sobre autonomía. China buscará consolidar un orden alternativo. EE. UU. calibrará hasta dónde involucrarse. Y entre todos, Putin, con su media sonrisa, terminó convertido en lo que nunca imaginó: el intermediario del siglo XXI.