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Con un Estado empresario siempre habrá porquerías

Avatar del Martin Pallares

El núcleo de este escenario devastador está a la vista: un Estado que acapara la administración de los negocios más grandes y rentables

Desde que se viene gritando sobre los negociados en las empresas públicas, a inicios de 2022, es inevitable sentir asco por cómo funciona el país. Resulta deprimente pensar en lo evidente: no importa por quién se vote que siempre habrá mafias que se disputen el botín del Estado como hienas hambrientas.

Y produce asco y depresión saber que se vive en un país donde, para muchos, el espacio más seguro para el progreso material de las generaciones que vienen, es el de los negocios truchos con el gobierno. Prepararse académica y humanísticamente, innovar y crear siempre será menos rentable que tener una conexión con las mafias que controlan, por ejemplo, las empresas públicas.

El núcleo de este escenario devastador está a la vista: un Estado que acapara la administración de los negocios más grandes y rentables. Y que, además, ha montado un intrincado sistema regulatorio que convierte al burócrata en la más atractiva inversión para conseguir permisos, concesiones o contratos. La existencia de un organismo de gobierno que maneja las empresas públicas donde se concentran los más grandes negocios del país es, francamente, deprimente.

El premio Nobel de economía, Gary Becker sostenía que los Estados grandes y excesivamente regulatorios terminan inevitablemente siendo un nido de corruptos y mafiosos. Según su tesis, el Estado es una mano que agarra, llena de funcionarios públicos dispuestos a aprovechar cualquier oportunidad para enriquecerse a costa de los ciudadanos. Los gobiernos que mantienen muchos negocios bajo su tutela y tienen amplios poderes reguladores otorgan a los funcionarios públicos un número comparativamente grande de oportunidades para negociar sobornos y comisiones.

Quienes diseñaron este modelo no lo hicieron inocentemente: crear un Estado botín es toda una obra de ingeniería ideológica y política. Por eso, para sus creadores, instalarse en el poder y posicionar la idea de que el Estado será el salvador de los oprimidos es un proyecto de vida. No importa que el Espíritu Santo se instale en Carondelet, las hienas siempre estarán ahí.

No habrá cura para esta depresión y este asco, que desarmar el modelo.