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Martin Pallares | Aguiñaga, Álvarez y Tibán: se viene el relevo

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Ocurre incluso en las organizaciones delictivas: cada vez que cae uno de sus capos se activa un proceso sucesorio

El fenómeno electoral del 16N no solo deja víctimas, como cualquier tragedia política, sino que también parece ser el almácigo de una nueva generación de figuras con aspiraciones nacionales. Lo ocurrido el domingo pasado enterró al noboísmo -cuyo proyecto se vino abajo- y golpeó al correísmo, que se quedó sin constituyente y, por lo tanto, sin la plataforma ideal para buscar la impunidad de sus dirigentes. En un país donde Daniel Noboa y Rafael Correa están a un paso de quedar fuera del futuro político, lo inevitable es que surjan nuevos prospectos. Ocurre incluso en las organizaciones delictivas: cada vez que cae uno de sus capos se activa un proceso sucesorio, generalmente turbulento y lleno de intrigas.

Ni Correa ni Noboa parecen verlo, pero el panorama es evidente. La reunión de Marcela Aguiñaga y Lourdes Tibán en una embarcación sobre el río Guayas, y la visita de estas a Aquiles Álvarez en el Palacio Municipal de Guayaquil, son señales de que algo está leudando en la política ecuatoriana. Ellos representan el relevo que se vuelve inevitable mientras Noboa lidia con sus propios fantasmas y Correa permanece atrapado en sus desequilibrios emocionales, doctrinarios y psicológicos. Ambos, en la práctica, lucen políticamente desahuciados.

¿Qué dicen Aguiñaga, Tibán y Álvarez con esa reunión? Aquí estamos; somos la generación que se resiste -en el caso de Aguiñaga, un poco tardíamente- a someterse a los designios de dos liderazgos autoritarios y profundamente antidemocráticos. Se reúnen, además, más allá de las banderas políticas para trabajar alrededor de un símbolo de unidad nacional: el río Guayas. El mismo que aparece en el escudo del Ecuador, surcado por un pequeño barco que lleva su nombre.

Pensar que la reunión fue un detalle accidental es ingenuo. Aguiñaga sabía perfectamente lo que provocaría en Correa: citar a Tibán al vaporeto, posar juntas y amplificarlo en redes y medios no puede ser un accidente. Era obvio que al expresidente le iba a hervir la bilis. Y el paso por el Palacio Municipal para visitar a Aquiles Álvarez refuerza la idea: tanta coincidencia no es casualidad.

Lo que Aguiñaga y Álvarez representan dentro del correísmo, y lo que Tibán encarna para Pachakutik -otro zombi de la política nacional- apunta a un reacomodo inevitable. En este nuevo escenario, Daniel Noboa aún tiene una carta: dialogar con estos actores emergentes. ¿Será lo suficientemente inteligente para hacerlo? Está por verse.