Columnas

La campaña o la realidad

Hay una línea fina entre el político y los delincuente disfrazados de políticos. Hay que mirar bien.

Ser candidato, en nuestro contexto, exige prometer lo que la gente quiere escuchar. Si mientes o no, es otro tema. Nuestro tema de hoy es dónde estarían los elementos reales que aumentarían o restarían la confianza en los candidatos.

Luego de la primera vuelta, los asesores de los finalistas han anotado lo que no gusta. De Lasso, por ejemplo, han rechazado su conservadurismo, su reducida mirada a las mujeres en el entorno laboral y a sus derechos. El candidato cambió y se quitó la corbata, se vistió menos formal, usó Tik Tok, y hasta nos mostró un par de pasos de baile. Ha incorporado a algunas mujeres en su equipo y, creo lo más importante, ha firmado un compromiso de respetar y hacer respetar los principios de libertad de expresión y de derechos humanos de las mujeres.

Eso nos ofrece ahora. ¿Cómo saber si debemos confiar? ¿Qué herramientas tenemos para descartar o sumarse a su petición de voto? Mirar su pasado es una opción, lo que ha hecho con recursos y dineros de terceros, sus declaraciones, su trabajo. Echarle una mirada a sus conflictos y cómo los ha manejado, ¿habrá sido sentenciado por algo? ¿Acaso la gente que lo rodea es honesta o habrá tenido problemas con la justicia?

Por otro lado, Andrés Arauz recibió consejos de que se presente con alguna independencia de la figura de Correa. Entonces este candidato cambió. ¿Cómo lo ha hecho? Me parece que la frase que dice que el odio ya no está de moda intentó separarlo del recuerdo de esa erupción permanente de odio que su líder escupía. Nos tocaría usar las mismas herramientas para aceptar o negar su propuesta de querer ser presidente. Nos tocaría revisar su pasado y el de quienes lo acompañan.

Ninguno de los dos es perfecto, vienen de distintas historias de vida y depositan su fe en futuros y personas diferentes. En la política todos, todos, y digo todos, cambian. Soy una testigo más de aquello. El poder hace su parte y es inevitable. La diferencia está en quiénes cometen errores políticos y en quiénes actúan como delincuentes.

Hay una línea fina entre el político y los delincuente disfrazados de políticos. Hay que mirar bien.