Leo Stagg | Mi querido don Robert

Nadie quería saber nada de quienes habíamos trabajado en ese estudio. Nadie… excepto él
Hay personas que marcan un antes y un después en la vida de uno. Este artículo está dedicado a una de ellas: a un hombre que, sin ser de mi sangre, considero parte de mi familia. Me refiero a Roberto Isaías Dassum.
Conocí a Roberto en uno de los momentos más duros de mi vida. Era el inicio del año 2017 y, por trabajar en un estudio jurídico cuyo socio principal fue objeto de una feroz persecución política, me vi obligado a abandonar el país. Tenía 34 años y sentía que todo por lo que había luchado se desmoronaba. La carga de la injusticia era tan pesada como el miedo al futuro. Nadie quería saber nada de quienes habíamos trabajado en ese estudio. Nadie… excepto él.
Sin conocerme a fondo, supo de mi situación y me tendió la mano. Me ofreció trabajo y, con ello, la posibilidad de mantener a mi familia. Me prestó una vivienda cuando no tenía dónde vivir. Me devolvió la dignidad cuando el mundo parecía empeñado en arrebatármela. Aquel gesto de confianza y solidaridad marcó mi vida para siempre. No solo me dio un empleo, me devolvió la esperanza.
Con el tiempo, tuve el privilegio de trabajar más cerca de él, en sus asuntos personales. Escuché acusaciones sin sustento, señalamientos de todo tipo. Pero lo que descubrí, con el paso de los años, fue a un hombre íntegro, víctima también de una persecución orquestada por políticos y oportunistas de turno. No he conocido a un solo exempleado, exsocio o cliente que no hable de Roberto con cariño y gratitud. Todos coinciden en lo mismo: su generosidad, su nobleza, su grandeza.
Más allá del éxito empresarial o de sus bienes materiales, Roberto ha construido un legado humano inigualable. Es un hombre de familia, un jefe excepcional, un amigo leal. Es un caballero bueno y justo, cuya única ‘culpa’ ha sido, quizás, su inmensa bondad y su ingenuidad frente a la malicia ajena. También ha sido generoso con causas sociales, apoyando discretamente iniciativas de beneficencia y brindando ayuda a quienes más lo necesitan, sin buscar reconocimiento ni aplausos.
Por todo eso, y por mucho más que no cabe en estas líneas, hoy quiero rendirle homenaje. Porque me honró con su confianza, me inspiró con su ejemplo y me enseñó que, en los peores momentos, pueden aparecer las personas más grandes.
Gracias, mi querido don Robert. Gracias, Roberto Isaías Dassum.