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Siguen los problemas en Siria

Avatar del Juan Faidutti

Al Asad asegura que ha ganado la guerra contra las potencias extranjeras y grupos terroristas, mientras que la comunidad internacional lo acusa de haber utilizado armas químicas contra su población.

Han pasado 9 años desde que la prensa internacional informaba diariamente sobre la revolución en Siria para derrocar a Bashar al Asad, presidente que heredó un régimen policial, junto a una maltrecha economía consumida por el sistema de subvenciones estatales. Este dirigente fue recibido internacionalmente como un joven educado en Occidente, capaz de romper con el aislacionismo de su padre, aunque se temía que fuese “demasiado blando” para el cargo.

Sin embargo, él reforzó el sistema policial desde que en 2011 estallaron las primeras protestas populares exigiendo reformas. Al Asad asegura que ha ganado la guerra contra las potencias extranjeras y grupos terroristas, mientras que la comunidad internacional lo acusa de haber utilizado armas químicas contra su población y haber bombardeado deliberadamente hospitales en zonas insurgentes.

La mitad de los 23 millones de habitantes que había en Siria antes de la guerra se han desplazado de sus hogares; 5,7 millones se han refugiado en otros países y más del 80% ha caído en la pobreza.

Presidente por accidente. Estando en Londres en 1994, donde hacía prácticas de oftalmología, Al Asad recibió una llamada que cambiaría su vida y el destino de Siria. Su hermano mayor, Basel, había muerto en un accidente de tráfico en Damasco. Debió entonces retornar a su país y prepararse aceleradamente en la carrera militar durante seis años. Al asumir el poder prometió implantar un modelo al estilo chino, con apertura económica al capitalismo, pero manteniendo control completo de lo político y militar. La economía siria tuvo un cambio notable.

Su error. Acusado de apoyar al terrorismo con el envío de yihadistas a Irak, Siria cayó en el ostracismo internacional. En 2012 los iraníes acudieron en su defensa y luego los rusos en 2015. La respuesta de Europa y EE. UU. se ha materializado con la imposición de férreas sanciones económicas.

Las consecuencias. Cinco millones de refugiados viven en asentamientos informales o en precarias condiciones en los países vecinos como Turquía, Jordania y Líbano frente a los 18 millones que aún permanecen en Siria en condiciones infrahumanas. ¿Es lógico que una dictadura hereditaria pueda destruir un país que ha sido fuente de historia con sus Jardines de Babilonia y tantos monumentos y construcciones admirables? ¿Cuál es el mérito de mandar en un país destruido y contra la voluntad de la mayoría de sus habitantes, al punto que muchos han preferido buscar asilo en otras naciones?