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Juan Carlos Díaz Granados | Partidos sin alma, política sin rumbo

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Reformar el Código de la Democracia para que los partidos tengan alma, organización y coherencia no es un lujo

La política ecuatoriana está en una encrucijada. Según Julian Quibell, director en Ecuador del Instituto Nacional Demócrata, “la lucha contra el crimen también se libra desde la institucionalidad”, y los partidos son fundamentales en ese proceso. Sin embargo, muchos han sido vaciados de propósito: funcionan como negocios de alquiler, donde se arrienda la ‘camiseta’ al mejor postor, muchas veces a advenedizos o incluso a delincuentes.

En lugar de forjar ideologías, educar a sus miembros desde jóvenes y construir carreras con bases filosóficas, proliferan estructuras vacías. La ciudadanía se aleja, y con razón: los partidos ya no representan ideas ni principios, sino intereses y cálculos.

Las recientes reformas al Código de la Democracia fueron una oportunidad perdida. Hubiera sido el momento de exigir que cada organización defina su doctrina, forme cuadros, capacite a sus miembros y establezca sanciones al transfuguismo. El famoso ‘camisetazo’ debería implicar la pérdida del cargo, porque quien traiciona la propuesta con la que fue electo engañó al votante.

Se argumenta que el financiamiento estatal puede fortalecer a los partidos. Pero discrepo. Los impuestos que pagamos no deberían financiar campañas de candidatos que, muchas veces, van contra nuestras propias convicciones. Si un candidato no es capaz de recaudar fondos, quizá tampoco esté preparado para liderar un país. Que se una a un partido, haga carrera, y que sea el partido -con estructura, doctrina y financiamiento interno- el que respalde su campaña.

Herramientas como el ‘triángulo de mejores prácticas’ del NDI insisten en que los partidos deben tener democracia interna, transparencia financiera y llegada territorial. Eso debe exigirse por ley.

La política no puede seguir siendo un espectáculo de oportunismos. Reformar el Código de la Democracia para que los partidos tengan alma, organización y coherencia no es un lujo. Es urgente. Si queremos un futuro diferente, debemos empezar por rescatar la seriedad y la ética de la política, porque sin convicciones verdaderas no hay democracia digna de ese nombre.