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La quiebra del Estado es una buena noticia

Por todo esto, la quiebra del Estado puede ser, paradójicamente, la mejor noticia del coronavirus.

La última paradoja puede ser muy singular. El coronavirus ha tonificado en el mundo, hasta el desconcierto, el rol del Estado. De hecho, se teme que esta pandemia, cuyo origen y manejo causan polémica, esté creando las condiciones soñadas por autoritarios y dictadores, adoradores del Estado panóptico: autoridades que, a cambio de proteger a los ciudadanos, pueden controlarlos, observarlos, seguirlos, vigilarlos y hasta confinarlos. Además los Estados se han convertido, literalmente, en la tabla de salvación de sus sociedades: aseguran salud y seguridad pero también alimentación básica, subsidian salarios privados, nacionalizan compañías o toman parte de sus acciones, se vuelven motor de la recuperación económica…

En Ecuador, en cambio, el coronavirus ha develado la quiebra del Estado. La ficción creada por el correísmo de un Estado principio y fin de la vida pública, duró tanto como el ciclo de incremento de precio de las materias primas en la región. Rafael Correa recuperó la idea de un Estado nacional. La bonanza petrolera le permitió erigir al Estado en mediador y regulador, pero sobre todo en eje y protagonista decisivo de la actividad económica. Correa no solo aumentó la parte del sector público en el Producto Interno Bruto (43 % en 2014) sino que multiplicó exponencialmente el número de burócratas, secretarios, asesores, consejeros… Y, cuando la ficción se volvió insostenible, endeudó al país con prestamos a tasas y condiciones dignas del chulco.

El coronavirus pilló al Ecuador en pleno chuchaqui de la farra correísta y con un gobierno timorato que dora la píldora y rehusa hacer los cambios de fondo. El resultado está a la vista del país en estos días: el Estado en vez de ser la tabla de salvación de la sociedad, ha convocado a ciudadanos y empresas para que lo subvencionen. Perú y Colombia (para no citar Alemania y Estados Unidos) tienen reservas. Ecuador no. Han puesto plata en los circuitos económicos. Ecuador no. Colombia logró un préstamo del FMI de diez mil millones en días. Ecuador no. Colombia y Perú subvencionan un porcentaje de los salarios de trabajadores de empresas en dificultad. Ecuador pone impuestos: paga la farra correísta y la irracionalidad de manejos económicos y fiscales, en los ámbitos nacional y local, de corte populista.

El trago es amargo y las consecuencias sociales y políticas son impredecibles. No obstante, la quiebra del Estado debería ser la mayor noticia de estos tiempos de coronavirus. Quizá la única noticia que, vista en perspectiva, habría que celebrar. Porque el Estado, en el imaginario social, es un mito. El único reducto y, al mismo tiempo, el chivo expiatorio de todas las irresponsabilidades juntas. ¿Acaso no fue Correa, guayaquileño, quien terminó centralizando todo en el Estado en detrimento de su propia ciudad y provincia?

Si ese Estado está quebrado, si ese mito se está diluyendo ante los ojos de los ciudadanos, están en jaque el populismo, los politiqueros que regalan todo con plata ajena y esos señores feudales que prometen cargos públicos a cambio de lealtades políticas. Ahora los ciudadanos saben que el Estado no tiene plata y que su futuro depende de la cura urgente de adelgazamiento a la cual tiene que someterse. Ahora los ciudadanos saben que fuera del trabajo no hay salvación. Y que para trabajar se necesitan leyes flexibles en donde no manden sindicalistas petrificados en el tiempo sino el acuerdo legal, responsable y equitativo entre las partes concernidas.

Por todo esto, la quiebra del Estado puede ser, paradójicamente, la mejor noticia del coronavirus.