¿El coronavirus daña el negocio populista?

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'Ese barril sin fondo y fuente de inspiración de los populistas no existe. Y se nota en la Asamblea Nacional’.

Los populistas son prestidigitadores: expertos en ilusionismo, especialistas en artilugios y juegos de manos y palabras: un mago, un medium entre su cliente (el votante) y un suministrador que, se supone, tiene recursos inextinguibles para proveer (el Estado). El populista es un ser dadivoso que pasa su tiempo solucionando problemas, distribuyendo dinero. Dinero ajeno.

El país ha parido muchos de esos seres. Su ventaja es hacer creer que el Estado es lo más parecido a un barril sin fondo. Y que plata hay -y sobra- para obras, subsidios, bonos y cuanta reforma se le ocurra. Su negocio es crear y mantener clientelas cautivas. Con él todo es posible, nada se paga y con pedir y presionar en la calle, basta.

¿El coronavirus habrá dañado el negocio populista? Nada es seguro con estos magos, pero hay un hecho cierto: la pandemia sí empelotó el Estado ecuatoriano. Y el Estado como quedó tras el paso del tsunami correísta por el poder. Ahora todas las clientelas políticas, incluida la enorme masa que paladean los populistas, saben que el país no tiene plata, que para salvarse necesita créditos externos y, además, meter la mano al bolsillo de aquellos que, siendo igualmente víctimas del coronavirus, algo tienen. La salvación está, entonces, en ese esfuerzo interno, cuyo porcentaje es mínimo, y en créditos externos que se sumarán a los que ya debe el país. El sobregiro es monumental y un día habrá que pagar. Como se está pagando la fiesta correísta.

Dicho de otra manera, ese barril sin fondo y fuente de inspiración de los populistas no existe. Y se nota en la Asamblea Nacional. Las voces destempladas, como la de Marcela Aguiñaga y sus amigos correístas, juran que no dejarán que el Gobierno meta la mano al bolsillo de los trabajadores. Loable preocupación: salvo que no han dicho de dónde vendrá el dinero para las emergencias que enfrenta el país. Aguiñaga y los suyos son de esos populistas contumaces que se graduaron en Montecristi, donde hicieron la Constitución más avanzada y plena de derechos del mundo. Eso decían. Pero nunca cuantificaron lo que iban a costar esos derechos ni de dónde saldría el dinero para hacerlos realidad. Y cuando se les preguntaba respondían que iban a ser progresivos y que, en cuestión de dinero, se hace camino al andar. Con la misma irresponsabilidad (y el mismo ímpetu populista que corre desaforadamente tras los votos) incluyeron a un millón de amas de casa en el Seguro Social. Que colapsó.

Los correístas por supuesto no tienen el monopolio del populismo. 104 asambleístas aprobaron (27 se abstuvieron), el 14 de abril, una resolución propuesta por Carlos Bergmann, de Revolución Ciudadana, que muestra el nivel del Legislativo: exhortaron al presidente Moreno a que pida ayuda internacional contra el coronavirus (¡qué originalidad!) y haga que el Banco Central dé liquidez al Ministerio de Finanzas (como si el Gobierno pudiera meter la mano en esos depósitos).

El PSC tampoco ha dado la fórmula alternativa, sostenible y legal, para reeemplazar los impuestos a los que con tanta convicción se opone. La izquierda jurásica también tiene puesto de honor en el coro populista. Cuando habla de plata pide que obliguen a los corruptos a entregar lo robado. Como si ese dinero estuviese a la mano. O esculcar en la billetera de los que tienen dinero. Producir riqueza no saben; repartirla sí. Riqueza ajena.

¿El coronavirus dañará el negocio populista? Ojalá que con esta sequía de recursos (Ecuador vive con plata prestada) el país comprenda que el populismo es un virus tan letal para la democracia, como el coronavirus lo es para la salud.