Premium

Celi se quemó las alas

Avatar del José Hernández

Su caída estaba cantada. Sabe demasiado, es verdad, pero ya no tiene factores de poder de los cuales asirse

Un hombre poderoso, quizá el más fuerte durante el gobierno de Lenín Moreno, está en caída libre. ¿Cómo leer de otra forma que Pablo Celi esté bajo investigación, en la cárcel y que allí siga por decisión de un juez de la Corte Nacional que desechó el pedido de revocar la prisión preventiva? No de otra forma se puede interpretar el anuncio hecho en la Asamblea de que será llevado a juicio político, tras el juicio a René Ortiz, exministro de Energía. Se puede decir lo mismo del comunicado de la Bancada del Acuerdo Nacional pidiendo a la Presidenta de la Asamblea que convoque el pleno, con carácter urgente, para debatir cuál debe ser el proceso para designar, de forma efectiva y transparente, al contralor general del Estado.

La Contraloría se halla acéfala y en un lío jurídico. Celi nunca dejó de ser contralor subrogante. Y tras la renuncia de la subcontralora que lo reemplazó, Valentina Zárate, Celi designó otro subcontralor. Y no podía hacerlo porque él no está en funciones. Uno, por estar preso. Dos, porque para mantenerse en el cargo pidió licencia médica. Y si está en licencia, no está en funciones… Para agravar el entuerto, Celi ha dicho que no renunciará y que tras las licencias, hará uso de los 58 días que tiene acumulados de vacaciones.

El hecho cierto es que la sociedad política ya decidió cerrar la era Celi, que ha sido decisiva desde la posesión de Lenín Moreno. Desde junio de 2017, el contralor jugó a ser el cerebro estratégico de esa administración. Él sabía que el correísmo lo tenía entre sus blancos y asumió, en su discurso y en sus acciones, que debía solventar, desde los organismos de control, la debilidad congénita del gobierno de Lenín Moreno. Quizá eso explique la suma de reuniones entre las funciones del Estado en las cuales Celi asumió la vocería. Ese tutelaje, que pretendió operar, creó chispas con otros funcionarios del Estado.

Celi es un ser político por formación, por vocación, por ambición. Es evidente que, al margen del trabajo de sus técnicos en la Contraloría, él se convirtió en una pieza clave de la transición del correísmo. Cualquiera que lo conozca sabe que, al margen igualmente de sus ambiciones personales y las acciones que investiga la Fiscalía, Celi juega partidas simultáneas en el tablero político. Él conoce los vericuetos oscuros y secretos que mueven los hilos del poder del país. Él sabía que había un halo de sospecha que lo seguía por la cantidad de años que trabajó al lado de Carlos Pólit. ¿No vio nada, no oyó nada, no hizo nada al lado de uno de los mayores corruptos que ha tenido la Contraloría General del Estado?

En ese ambiente turbio de presiones, de pedidos, de equilibrios, de servidumbres y miserias en que se mueve la política nacional, Celi navegaba -con traje de operador, de historiador o de filósofo- sin mayores problemas. En la Contraloría, él hablaba con interlocutores externos sobre todo de política. Se vio a sí mismo y se presentó como un funcionario con una misión que promocionaba y que le permitía juzgar duramente, por falta de visión, a los funcionarios del gobierno de Moreno. Que lo facultaba, además, a concebirse como el cerebro estratégico de un momento histórico en el país.

¿Celi fue corrupto? Esa respuesta la tendrá que dar y probar la Fiscalía ante los jueces. Pero es obvio que para estar en el poder, para permanecer en él y ser protagonista, Celi intercambió favores, cerró los ojos e hizo jugadas políticas que le sumaron amigos y enemigos. Su caída estaba cantada. Sabe demasiado, es verdad, pero ya no tiene factores de poder de los cuales asirse.