Auxiliar a Moreno o joderse más

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'El coronavirus muestra (como si hiciera falta) que ese modelo de vida que tiene el país, y que se reproduce en todo, es fatídico y genera indefensión social y caos institucional’.

¿Algún provecho se puede sacar al coronavirus, a pesar de la estela de pobreza, miedo y muerte que genera en el mundo? Sí, algunos. Pero hay uno, sobre todo uno, que para Ecuador es primordial: ese virus que paralizó el mundo, que amenaza a todos por igual, que agrava hasta lo impensable la pobreza y la inviabilidad fiscal; ese virus prueba, precisamente por la capacidad de destrucción que conlleva, la insensatez en que vive el país.

Ecuador es frágil, de una fragilidad que está a la vista, por la capacidad expresa y reiterada que tiene para entretenerse en lo accesorio, vivir repitiendo diagnósticos, rehuir las decisiones, contarse cuentos chinos y tener la razón, cada uno por su lado.

El coronavirus muestra (como si hiciera falta) que ese modelo de vida que tiene el país, y que se reproduce en todo, es fatídico y genera indefensión social y caos institucional. No hay un sistema de salud sostenible. No hay ahorros para encarar lo imprevisible. No hay investigación. No hay empleo suficiente. Millones de personas podrían, en condiciones como las actuales, bordear la enfermedad y el hambre. El coronavirus señala dramáticamente que Ecuador es un país descoyuntado.

Ese virus prueba que los sistemas de pensamiento, de producción, de administración; el tipo de relacionamiento de los ciudadanos con el Estado y viceversa, y de los ciudadanos entre ellos, no producen resultados convenientes. Todo esto aterriza o nace, ya no importa, en la forma de hacer política. Todo esto dice que si los ciudadanos no cambian, si la política y los políticos no cambian, y esa mutación tiene que hacerse ahora, ni siquiera el país podrá encarar con éxito la lucha contra el virus que exacerba una crisis económica producto de la desidia de muchas décadas, el despilfarro del correísmo y, en este momento, del brutal bajón del precio del barril de petróleo.

El provecho que pudiera sacar el país del coronavirus está ahí: en que se haga conciencia de que el país como está es solo el resultado de lo que los ciudadanos y los políticos han hecho. Y que si se quiere mejor salud, dinero para encarar las catástrofes, empleo para que no haya esas franjas de pobres en condiciones de peligro, hay que hacer las cosas de otra manera. Y eso empieza ya. Empieza, por ejemplo, apoyando al gobierno en temas fundamentales, con mandatos claros y auditorías públicas, institucionales y ciudadanas.

El gobierno de Moreno tiene que tomar decisiones cruciales y no las tomará, o no completamente, porque es timorato y conoce su pasmosa debilidad política. Pero es el gobierno hasta el 24 de mayo de 2021. Necesita presión y apoyo para sentirse con la legitimidad que las decisiones y el momento imponen.

Salvo Rafael Correa, que milita rabiosamente por el caos y la caída del gobierno, los demás líderes políticos o aspirantes a la Presidencia (Guillermo Lasso, Jaime Nebot, Gustavo Larrea, Lucio Gutiérrez, Jaime Vargas, Giovanni Atarihuana…) tienen ante sí el mismo escenario: una urgencia sanitaria, una urgencia económica y la necesidad de reconstruir el país tras el coronavirus. Ninguno podrá hacerlo solo. Ninguno podrá tomar sin costo político las medidas que se necesitan y que tienen que negociarse socialmente como un canje: yo te doy, tú me das; los dos quedamos descontentos pero los dos cohabitamos y todos protegemos a los más desfavorecidos.

El país requiere saber qué medidas, por qué se toman, por cuánto tiempo: por eso los responsables políticos tienen que estar de acuerdo y usar su liderazgo para que el país entienda y asuma. Si lo hacen, habrán sacado la lección esencial que dejará el coronavirus.