Que alguien despierte al presidente

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Eso es lo que el presidente, que es el líder del país por mandato constitucional, ni dice ni explica cómo gestionará...

Con el coronavirus y la cadena de calamidades que acarrea, hasta los chistes huelgan. Qué desgracia. Sin embargo, en el caso de Lenín Moreno, a quien muchos se refieren como el presidente cuántico, alusiones o mofas remiten a actitudes o conductas que lucen incomprensibles. Que lo ubican en otra dimensión. Y esa no es, no debe ser una característica corriente en un primer mandatario. La relación de un país con su presidente no puede estar regida por la perplejidad. O por la impredecibilidad.

Lenín Moreno es un político hermético e insondable hasta para su círculo cercano. Un presidente encerrado en sí mismo, que no oye, que no procesa lo que oye, que actúa según cánones singulares y toma decisiones por fuera de los tiempos prudentes y el sentido común. La catástrofe en que está el país no lo ha movido a operar cambio alguno en su forma de ser y gobernar.

Pongámoslo así: Ecuador es el segundo país en la región con más afectados y muertos por el coronavirus. Es un país dolarizado. Es un país sin fondos o sin ahorros porque Rafael Correa acabó los que había. Y se burló, hasta quedar ahíto, de todos aquellos que exigían no despilfarrar y guardar algo de la bonanza petrolera que su gobierno administró. Ecuador depende de sus exportaciones y del turismo para atraer dólares y está, como gran parte del mundo, en cuarentena. Ecuador tenía, antes del coronavirus, serios problemas fiscales que ahora son monumentales. Y Ecuador es también el país en el cual los políticos, en general, hacen alarde de ser opositores contumaces a acuerdos y consensos. Hay más: Ecuador tiene movimientos sociales y partidos que se dicen de izquierda que entienden la política como el arte de decir No a todo. Que sacan pecho porque reflotan y son fieles a jurásicos y fracasados manuales. Que creen que si el mundo cambia, Ecuador puede y debe vivir con viejas leyes e inadecuados códigos. Ecuador es y sus ciudadanos son, en general y con el debido respeto, insólitos.

Si se juntan estas características (hay más que vuelven angustioso el panorama) al perfil de Lenín Moreno, que es el de un presidente impenetrable y ausente, Ecuador camina y esta no es una metáfora- al borde del abismo. Ese es un atributo más del país: no mirar la realidad enfrente. Obviarla. Negarla. Echar la culpa a otros. Los gringos. Los tenedores de bonos. El FMI. Los ricos. Los burócratas. El gobierno. La Asamblea. Los costeños. Los serranos… el chivo expiatorio de turno. Siempre hay, siempre sobran.

Ni siquiera el coronavirus con su retahíla de desgracias opera el cambio violento de ideas que el país necesita. Se están perdiendo centenares de vidas. Se están quebrando miles de empresas y se perderán centenares de miles de empleos. Todos, si sobrevivimos, saldremos o más pobres o menos ricos. Las cuentas públicas ya son inmanejables y para salir de la devastación de esta pandemia, se requieren miles de millones de dólares que hasta ahora nadie sabe de dónde saldrán.

Eso es lo que el presidente, que es el líder del país por mandato constitucional, ni dice ni explica cómo gestionará. Y ocultar la hondura inconmensurable de esta crisis es faltar a su deber. Moreno debía ser el primero en cambiar. En salir de lo que ha sido su ensimismamiento sin tregua. Políticos y colectivos, economistas y analistas lo han llamado a reunir el país, a dejarse ayudar, a propiciar acuerdos sensatos, mínimos e imprescindibles para minimizar los costos que el país y todos los ciudadanos tendremos que asumir y, a la larga, pagar. Y el presidente no responde. Y tiene que hacerlo: está en el cargo hasta el 24 de mayo de 2021.